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lunes, 10 de julio de 2017

La flor del naranjo

Quería estar un tiempo sin escribir entradas que no tuvieran que ver con BDSM, quizá sean tonterías mías, pero son entradas que me desgastan mucho por dentro, mucho más que cuando hablo de mi forma de vida... quizá porque las escribo desde una parte más profunda y necesito estar tranquila un tiempo, sin removerme mucho. Pero hoy estoy con el nudo en la garganta, estoy tremendamente emocional, quizá sea la luna llena de estos días que siempre consigue cambiarme. Quizá quiera publicar esto hoy porque anoche me dormí pidiéndole a mi abuela que me hiciese soñar con un lugar en el que no existieran la angustia y el miedo que me encogían el corazón. Así que publico esta entrada antes de volver a acurrucar mi alma de nuevo para que descanse...


Para que sepas - Juan Luis Guerra

Cuando las arrugas surquen mi rostro, cuando ya no haya manera de ocultar los caminos que seguí, cuando mi piel supure historia, sabiduría y calma como lo hacía el de mi abuela… Cuando sea capaz de sentarme en la terraza de noche con mis nietos siendo totalmente consciente de que mirar las estrellas y los aviones que pasan es la felicidad. Cuando esté cargada de infinita paciencia, cuando sea capaz de mirar a las personas con la mirada que tenía ella, cuando sea yo la que guíe como ella hizo y hace conmigo… Cuando llegue ese momento deseo que esta canción sea la que impregne los recuerdos de mis seres queridos, deseo que sea la que haga traer mi sonrisa a la mente de los que me quisieron…


Hoy quiero hacer un encargo, pedir un favor a los que me leéis, no es un favor cualquiera, es una petición única y extraña… quiero que guardéis esta canción en el recuerdo, en un rinconcito de la mente y si al pasar los años un día descubrís que ya me fui, que me desvanecí, que cerré los ojos para no volver a abrirlos pido que, si alguien se acuerda y tiene la manera, le haga llegar a mis hijas, a mis hermanos, a mis primos, a las personas que aún vivan y me quieran, este canción, esta musiquilla, esta letra. Y le digáis que al igual que yo tuve a mi flor de la canela, que al igual que yo la amé con todo mi ser, que yo me sentí arropada y comprendida en su regazo, que al igual que yo la vuelvo a sentir cerca cuando escucho la melodía de esa canción. Que como ella me dio ese regalo para que no me olvide que nunca me dejó de verdad, para que nunca me sienta realmente sola, yo quiero dejarles a los que me quieran así está canción, quiero ser su flor del naranjo esa que no destaca por su hermosura, aunque es bonita, esa que no dura si la cortas, pero esa que te recuerda que está con su fragancia que embelesa, esa que te hace detenerte un segundo para saborearla pero no da para oda. Esa que está sin llamar mucho la atención, pequeña y humilde, regalando su olor incondicionalmente, aunque no la consideres la más bonita de las flores, pero esa que si la hueles mucho marea y agobia. Sí, la flor de la naranja amarga seré yo…


Quizá sea soberbio por mi parte, pero es lo que siento al escuchar esta canción, con un nudo en la garganta me imagino abriendo las ventanas como lo hacía ella, siguiendo con su legado, ese de inmensa dulzura y ternura a pesar de todo, a pesar de la dificultad que tiene el amor incondicional. Y yo aún no soy esa flor del naranjo, aún no tengo ese algo que ella consiguió, pero me inspira cada día para luchar por ello. Lucho por la naturalidad, por ese amor, esa humildad…


El día que las arrugas surquen mi rostro, cuando no pueda ocultar las lágrimas que mis ojos derramaron, los dolores que encogieron mi corazón, cuando sea capaz de sonreír incluso en el peor de los momentos, ese en el que te vas a apagando y ves a tus hijos y nietos deseando que no te vayas pero sabes que no puedes darle lo que quieren… cuando ese día llegue poned esta canción y bailadla en silencio, acordándoos de mí.


Ella era la flor de la canela y ojalá yo llegue a ser la del naranjo.

 

miércoles, 21 de junio de 2017

Viaje a Barcelona

Salimos a las doce de la noche destino Barcelona, pero ese viaje comenzó mucho antes, varios meses antes.


Un día me crucé con un vídeo en Youtube, unos chicos entrevistaron a una chica que se dedicaba a la prostitución por voluntad propia, me pareció un video genial, la trataban con respeto pero a la vez con cercanía, pensé que si alguna vez hablaba de mi forma de vida en público sería con alguien como ellos. Me fui a la bañera y no paré de fantasear con cómo sería, qué cosas diría, era solo una película, no tenía ninguna fe en que eso pasara, no es algo raro en mí montarme ese tipo de teatros en la cabeza. Cuando me secaba estaba ya en el punto de sentirme mal por saber que solo era una película mía, que eso jamás sucedería, sobretodo porque no sería capaz de dar ni un solo paso hacia ello. Le escribí a mi Amo, le dije que estaba tristona, le conté el porqué. Tras hablar con Él me senté frente al ordenador a escribirles un mail, al menos por proponerles el tema, aunque decidiesen coger a otra persona para hablar sobre ello. Ese mail se quedó en borradores durante meses. Un día volví a ponerme gris, a enfadarme conmigo misma por saber que tengo la capacidad de hacer muchas cosas, de conseguir muchas cosas pero estar paralizada, no dar nunca el primer paso para llegar a ellas. Para solucionarlo decidí hacer ese día un pequeño gesto, algo que me calmara la decepción conmigo misma que me amargaba el día. Y recordé el mail, estaba escrito, solo tenía que darle al botón de enviar. Ya no era por aquella película en la ducha, como hablé con algunas personas de mi entorno, no creí que fuesen ni a leerlo, seguro se perdería entre los miles de mails de propuestas de trabajo y fans. Y debo reconocer que estar tan segura de ello me aliviaba, dar a enviar me calmaría pero no supondría mucho más, no me enfrentaría a nada. Qué puta es la vida, cómo no nos deja hacer las cosas a medias. Le di a enviar por la mañana y esa tarde tenía su respuesta, querían que fuese a grabar con ellos. Corriendo se lo dije a Él: ¿Y ahora qué hago? “Pues qué vas a hacer, ser valiente del todo”. Dos meses después estaba viajando hacia Barcelona, a desnudarme.


En eso dos meses he sentido de todo, valor, inseguridad, fuerza, miedo, incredulidad… De todo, el miedo a que mi vida cambie en algo era lo más duro.

Ha sido una aventura, creo que de las experiencias más extrañas de mi vida, el rodaje fue largo e intenso, por problemas ajenos a los que lo estábamos haciendo hubo muchos cortes, tuve que retomar muchas respuestas por las interrupciones... Me sentía fuera de la pecera, fuera de mi mundo y mi seguridad, pero a la vez me sentía bien, rodeada de personas que valoraban lo que estaba haciendo, hablando de algo tan íntimo y personal como es tu vida y cómo la vives. Y tenerlo a Él sentado frente a mí me aportaba esa seguridad que necesitaba. Y su “Qué orgulloso estoy de ti, eres una valiente” al final de todo fue muy importante para mí. Cuando acabamos de grabar fuimos a ver la ciudad los dos solos, Barcelona es bonita pero reconozco que ese día no podía fijarme en ello. La cabeza me hervía: “¿He dicho esto?¿He dicho lo otro?¿Me habré expresado bien?¿Y si se saca de contexto?¿Qué pensarán los que me leen?¿Qué pensarán mis amigos?¿Y si dejo de gustarles?¿Y si dejan de leerme porque no soy como esperaban?¿Saldré fea?¿Me dará vergüenza verme?¿Seré capaz de verme y escucharme?¿Irán mucho a por mí?¿Me criticarán de forma dañina mucho?¿Seré capaz de soportarlo? Etc…” y mil cosas más, os estoy siendo muy sincera, fue una tarde horrible, en la que el Ego estaba privándome de disfrutar de la ciudad, de Él y mi gran paso. Ahora lo veo, ahora me diría en ese momento que dijese lo que dijese, pase lo que pase, el hito para mí ya está hecho, he sido capaz de dar un gran paso, de conseguir algo que me he propuesto, di ese primer paso y los que le siguieron, eso no puede arrebatármelo nada.


Pero poco a poco el resto del viaje me ha ido llevando a nuevos aprendizajes, nuevas conclusiones. A veces planeamos las cosas creyendo que son aleatorias pero no lo son en absoluto y resulta ser lo que necesitabas. El segundo y último día en Barcelona fue mil veces mejor, estaba tan nerviosa los días previos que no planeé qué quería ver, dónde ir, comer… pero Él sí, así que me dejé llevar. Ahora tengo esos momentos “tontos” esos que son los que me gustan, la coca cola que te tomas en el sitio más insospechado, el ratito que te sientas en esas escaleras antiguas a la sombra, tengo los lugares a los que Él me llevó, tengo esa riquísima comida al borde del mar, esa infusión en el Bosque de las Hadas, ese mojito de Frambuesa con vistas a la Rambla…


A la vuelta decidimos parar en algún pueblecito y hacer noche para no hacer el viaje del tirón, perdíamos un día de Barcelona pero volver a viajar diez horas seguidas me parecía una locura. Sé que en la era de las comunicaciones, de los transportes, viajar en coche parece raro, pero nos gusta lo clásico del coche, la música sonando, cantar esas canciones con los paisajes a nuestro alrededor, viajar a nuestro aire, a nuestro ritmo... Pues ese pueblecito fue de esas cosas “casuales” que luego descubres que no lo son. Cuando llegamos a Bocairent mi energía cambió por completo, entre montañas, rocas enormes, casas antiguas, me sentí como en un retiro, necesario, un nexo entre lo extraño de Barcelona y la rutina de mi hogar. Fue como si el universo me sacara del mundo para dejarme coger fuerzas. Allí los nervios y miedos de Barcelona desaparecieron por completo, mi mente dejó de estar aturdida. No olvidaré esa placita con su frescor nocturno, esas patatas bravas, la horchata, el mojito, el licor de arroz… esa sensación de estar sentados sin más, dejándote envolver por el encanto del lugar. No olvidaré esa ruta mágica con ese hueco en la roca, ese en el que me pidió que me quitase las bragas. No olvidaré esa casa que olía a historia, con sus preciosas escaleras, esa sensación de que algo o alguien nos rondaba, esa noche con las manos al cabecero de barrotes, con las campanas dando las en punto, sonando una vez para las y cuarto, dos para las y media, tres para las menos cuarto, y Su voz entre bocados, azotes, pellizcos, pinzas etc… “Uy las campanas, a ver si te acuerdas de lo que te he enseñado ¿Qué hora es?”.


Y no me olvido tampoco del viaje de vuelta, con esa tormenta de verano que me regaló ese olor que tanto adoro a tierra mojada. Ese batido de Matcha y ese crep recién hecho que sabía a gloria.


Este viaje ha sido una aventura, una que me ha hecho pasar ratos extraños, pero que me ha dado también grandes cosas y momentos. Y una vez me ha hecho confirmar que elegir bien la compañía en las aventuras es casi más importante que la aventura en sí.


Gracias Amo por conducir toda la noche para llevarme a mi destino, gracias por hacer bonitos los días que mi mente quiere sabotear, gracias por darme esos detalles que marcan tanto la diferencia, gracias por dejarme mirarlo embobada mientras tararea y conduce. Gracias por guiarme siempre.

miércoles, 24 de mayo de 2017

Así empezó todo

Llevo unos días con un recuerdo dándome vueltas, me duermo tratando de revivir cada instante de aquella noche, las sensaciones, el olor, la ropa… Creo que ya he dado pinceladas de lo que ocurrió el día que nos conocimos, o puede que lo haya contado pero hoy me apetece contarlo de forma más detallada, porque sí, porque tengo el romántico subido, porque cada vez agradezco más que ese día nos conociéramos.


Yo tenía 17 años, puede parecer que con esa corta edad había vivido poco pero no es así, mi relación con los hombres ya era intensa y no muy buena. Ya había sufrido lo que era darse y que solo cogieran lo superficial, ya había sufrido mucho y no solo por mal de amores… Estaba decepcionada, creí que lo que yo quería no existía, que jamás lo tendría, que todos eran unos machistas que solo cogían lo que querían sin más profundidad, que el tipo de dominación que yo buscaba era un cuento de hadas, que tendría que resignarme a estar sola, a no sentirme dominada jamás. Bueno, la verdad es que alguien me había hablado sobre unos sitios en los que te dominaban si pagabas (pensad que tenía 17 años y en esa edad desconoces que hay un mundo más allá del instituto) así que pensé que mi futuro se basaría en trabajar y gastarme el dinero en sesiones esporádicas. Hacía una semana que me había sentido tan tremendamente mal por una relación con un chico que ese futuro me parecía maravilloso, así que con determinación dije que no quería saber nada de hombres. Puede parecer que lo dije de boquilla, pero no es cierto, sentí el cambio dentro. Ahora en la perspectiva del tiempo creo que Él era el premio que la vida me tenía preparado para cuando llegase a ese momento interno, a esa fuerza que me decía que sola podía vivir.


El día que lo conocí yo llevaba una faldita con dos volantes de flores rosa, con una camiseta de tirantes del mismo color. Por la mañana estuve en una fiesta de empresarios ricachones con mi padre, por la tarde quedé con un amigo que tenía por internet. Tras comprobar que, como me temía, no quería solo mi amistad me fui a la media hora de llegar. Esa noche había quedado para dormir en casa de una amiga del instituto, cuando iba en el bus me mandó un mensaje diciéndome que no podía. Mi primer impulso fue llamar a mi padre para que me recogiera, estaba siendo un día horrible y no tenía trazas de mejorar. Pero recordé que otra compañera de clase me había dicho que fuese a su casa a dormir. Yo no hice mucho caso a su propuesta pues casi no la conocía, de hecho la había prejuzgado y la había metido en el grupo de las que me estaban haciendo la vida imposible. Pero en el autobús, fríamente, me di cuenta que ella nunca me había hecho nada malo, que siempre había intentado acercarse a mí y era yo la que no la dejaba. Así que decidí llamarla y dormir con ella. Fue la mejor decisión de mi vida, esa noche también gané una hermana más que solo una amiga.


Desde que quedamos ella se mostró con muchas ganas de conocerme, surgió una confianza que no puedo explicar. Ella “de broma” me decía que esa noche me iba a buscar un novio en condiciones, yo le dije que no, que no quería saber nada de chicos. Ella contestó que es que yo había tenido muy mal ojo con los hombres, pero que sabía que ella me presentaría al perfecto para mí. No lo decía pensando en Él concretamente, es solo una certeza que tenía. Fuimos a su casa y nos pusimos a hablar con unos amigos de su hermano mayor por Messenger. Me hace mucha gracia porque hoy estoy casada con uno de ellos y los demás son de mis mejores amigos. Esas conversaciones no llegaron a nada, ellos tenían planes y no querían pasar la noche con dos niñatas de 17 años. Al rato yo seguía frente al ordenador y se escuchó abrir la puerta de la casa. Las voces de tres chicos se escucharon por el pasillo acercándose a la habitación en la que estábamos nosotras. Ahora soy un poco pava, pero en aquel entonces lo era mucho más, así que no me giré a saludarlos cuando se pusieron de pie tras nosotras, hasta que mi amiga empezó a presentarme. El primero fue Él: “Ángela, este es Carlos” me giré y lo vi, lo vi con esa sonrisa que le iluminaba la cara, vi esas paletas un poco montadas que me conquistaron. Solo serían unos segundos los que pasaron antes de darle dos besos pero para mí el tiempo se detuvo, el mundo se paró y sentí magia. Juro que fue así, jamás nadie me ha provocado esa sensación, lo conocía, sentí un vínculo, un calor de hogar muy fuerte. Es como si yo supiese que esa sonrisa era la que estaba buscando desde niña, literalmente me dije: “Es el hombre de mi vida”. Él siempre me dice que eso lo digo para ponerlo más bonito, pero mi madre puede decir que al día siguiente nada más verla le dije: “Mamá, he conocido al hombre de mi vida”. Evidentemente no le dije nada, qué clase de loca hubiese pensado que era. Ellos se iban de fiesta, y no negaré que me quedé muy triste y decepcionada cuando escuché la puerta de la casa cerrarse tras ellos. Pero esa noche no había terminado para nosotros, a los cinco minutos sonó el portero, eran ellos. Años después supe que fue Él el que insistió en pasar la noche con nosotras. Fue increíble, no pasó nada, no nos besamos ni casi hablamos. Lo único es que, cansada de que no mostrase interés por mí, decidí soltar la ya mítica frase: “Anda que bailáis con nosotras”. Era pava, pero cuando sentía algo tenía que luchar por ello. Él me dijo que la próxima canción que sonara la bailaríamos… Sonó la canción más penca y poco bailable: “Obsesión”. Creo que ambos pensamos “Cómo leches vamos a bailar esto” pero ninguno quisimos arriesgarnos a perder la oportunidad de bailar juntos, y nos condenamos a tenerla como "nuestra canción" jaja. Así que nos abrazamos y bailamos. Recuerdo no poder mirarlo a los ojos, Su olor, el tacto de Su mejilla en la mía. No nos besamos pero poco faltó, casi no nos movíamos, solo queríamos estar pegados, sentir el tacto del otro. Eso fue todo. Esa noche nos despedimos sin darnos los teléfonos, pensando que nunca nos volveríamos a ver. Pero yo ya estaba en una nube, algo dentro me decía que tenía que intentar algo con aquel chico. Ahora cuando pienso en que a partir de ese día comencé a decir que tenía novio y se llamaba Carlos me siento igual de tonta que me sentía en ese momento. Yo misma me regañaba: “Ángela, si no te ha dado su teléfono y tú hablas como si llevases años con él” pero es que me salía solo, era una sensación muy extraña. Tardamos varias semanas en coincidir conectados, lo conseguimos un 24 de junio. Decidí ser directa, yo lo quería todo con Él, para qué andarme con tonterías, si me rechazaba prefería que fuese pronto. Él me dijo que se había dado cuenta de que yo le gusté a muchos chicos esa noche y yo le dije que podía ser, pero que a mí solo me gustó Él. Sí, así, del tirón. Me contestó que yo también le gustaba, que estaba de exámenes de la universidad pero cuando terminase podíamos quedar. Yo me quedé con una sensación agridulce, por un lado estaba contenta pero por otro lado seguía sin darme su teléfono ¿Y si lo de los exámenes era una excusa para darme largas? Quedaba mucho para que terminase. El 28 fui al instituto a recoger las notas, nada más entrar vi a mi amiga corriendo hacia mí como las locas “¡Me ha dicho que a las 12 sale de un exámen, que vayas al parque si te apetece!” ¿Si me apetecía? Parecía un sueño, no me lo podía creer, ya me daba igual si me había quedado alguna o no, cruzarme con los idiotas del instituto… lo iba a ver de nuevo, había sido Él el que me había buscado y solo a los cuatro días de hablar.


Llegué pronto al parque pero Él ya estaba allí (más tarde supe que no había podido hacer bien el exámen pensando en mí), recuerdo mi vergüenza al ir andando hacia ese banco. Allí nos sentamos, hablamos de tonterías hasta que me preguntó que qué buscaba, que a Él no le gustaban los rollos, quería algo más… ¡¿En serio?! Estar en una nube se queda corto. Yo le dije que también buscaba algo más serio, me miró: “¿Lo intentamos?” colorada y sin poder mirarlo a los ojos dije “Sí” y me puse a mirar a todos sitios porque sabía que pegaba un beso y me moría de los nervios. Me agarró suave pero contundente del cuello y me dio el beso más maravilloso que me habían dado nunca. Besaba, y besa, increíblemente bien, tal y como me gustaba. El resto es historia…


Ahora analizo y veo cómo todo se alineó para que nos conociésemos, cómo ambos supimos ver más allá, sentir esa vibración que nos decía que podíamos darnos lo que cada uno necesitábamos, aunque no fue hasta cuatro años después que empezamos a descubrirlo de verdad.  Él me dice que lo que más le gustó de mí es la energía que me notó, no sabe explcarlo pero  que parecía muy buenecita, callada, suave… Antes me molestaba porque yo no me veo así, y pensaba “Se enamoró de algo que no soy” pero ahora me doy cuenta que yo cuando lo miré, en una sonrisa, en una sensación, pude ver la energía de Amo que ahora se ha destapado, y creo que lo que Él captó fue mi alma de sumisa, esa que se había pasado la vida esperándolo, esa que ansiaba entregarse a una persona, entregarse a Él. Nos reconocimos, tal y como sé que pactamos antes de llegar a esta vida, para mí no hay otra explicación.

lunes, 28 de noviembre de 2016

De sexo y laberintos

Lost on You - LP

Con la luz apagada, bajo el edredón me desnudo, no lo veo, no lo necesito, me basta Su piel, Su olor, Su calor para guiar mis besos por todo su cuerpo. Quiero hacerle el amor con todo mi ser, que no haya ni una parte de mi cuerpo que no le dé todo lo que tengo para Él. Siento Su piel en mis labios, despacio, sin prisa, tenemos toda la noche para amarnos. Comienzo a bajar suave por Su pecho, Su barriga hasta meterme bajo el edredón, pero antes coloco mi pelo para que mientras yo bajo lo vaya acariciando, quiero que mi pelo también le haga el amor, que lo acaricie como podrían hacerlo mis dedos, mi pelo soy yo también, ni uno solo de mis cabellos está falto de amor para Él. Noto mi melena por su estómago, y mi boca se encuentra con Su polla y entonces me pierdo en Él, lo lamo, lo saboreo, me entrego sintiéndome diosa, quiero darle mi magia, mi divinidad en cada lamida, quiero que Él también se pierda en mi boca, se pierda en mí, quiero lamer sus ingles, sus muslos, quiero perderme, quiero notar la suavidad de la lengua en Su piel, cada poro, cada rugosidad, cada vena, cada cicatriz, quiero perderme, lamerlo en un estado de semiinconsciencia, en ese estado que me surge cuando abandono mi mente, cuando la echo a un lado para solo sentir, para solo hacer sentir. Quiero transmitirle todo el amor que tengo, quiero hacerle llegar mi esencia, que me sienta tal y como soy, desnuda de mente y cuerpo. Vuelvo a subir lentamente, salgo de debajo del edredón y me siento como Alicia saliendo del País de las Maravillas por el agujero de la madriguera “¿Por qué? ¿Por qué me das tanto?” me pregunta con una voz profunda, y solo puedo contestarle dándole más… Le lamo el cuello, mordisqueo Su oreja mientras lo masturbo con el hueco que queda entre mi muslo y mi barriga, ningún recoveco de mí se quedará sin darle… Levanto Sus brazos y los acaricio con mis uñas suavemente, recorro Su axila con mi nariz, lo huelo, lo absorbo, transformo Su olor en pasión, me embriaga de deseo, me pierdo en sus feromonas, me pierdo en Él…


Y el momento ha llegado, quiero cabalgarlo, quiero subirme sobre Sus caderas y explotar, al fin explotar mi feminidad, mi divinidad, mi magia, quiero darle mi magia… Me penetra, en la oscuridad lo noto penetrarme, lo siento, lo acojo entre mis labios, lo saludo con mi humedad, lo complazco con la ternura de mi vientre, soy tierna por y para Él, soy laberinto pues se pierde en mí, Él es laberinto pues me pierdo en su amor… “¿Por qué me das tanto placer?”  Y qué es el placer sino una respuesta física positiva ante el amor que se recibe, no le doy placer, eso es solo el síntoma de que le llega mi amor. Y yo también lo siento, yo también echo la cabeza para atrás mientras noto Sus manos en mi cintura, mientras me mueve contundente. Me vuelco hacia delante, buscando Sus labios, Sus besos, busco que me llene la boca con Su gemido y llenarle la Suya con los míos. Vaya noche de sexo, vaya noche de laberintos bajo la Luna…


Pero el equilibrio es la base de la vida, el equilibrio es la búsqueda eterna, es la clave de la magia, yo ya le he dado mi energía suave y tierna, yo ya me he entregado como solo puedo hacerlo. La diosa dócil, templada y erótica ya ha hecho su parte, ahora el dios pide su turno, no lo pide, lo exige pues su energía es necesaria para que la magia ocurra. Me tumba, se yergue, veo su torso ancho elevarse sobre mí, lo veo entre mis piernas que separa con Sus manos firmes. Se echa sobre mí, pecho con pecho, hace el movimiento y busca una entrada más cerrada, busca perderse en mi dolor, busca equilibrar la ternura con Su brusquedad, y ese contraste me eleva, notar el dolor en mi culo después de tener mi coñito al borde del orgasmo, el contraste que me lleva al precipicio de la vida, me lleva a asomarme a mi verdad, a nuestra verdad. Me embiste y yo aguanto los quejidos, de nuevo el equilibrio, ante el gemido: la queja. Ante el flujo: la lágrima. Ante mis caricias: Sus bocados. Ante mi amor calmado que pide y entrega: su amor arrebatador que exige y da sin dilación. Y el momento de perderse definitivamente el uno en el otro se acerca, lo noto en mis entrañas, esas que se contraen locas de placer y felicidad, llenas de dolor y realidad, lo amo, me ama, y nos corremos juntos, gemimos, quejamos, apretamos los ojos, yo en el hueco de su clavícula y Él en el mío, le entrego mi orgasmo y Él me da el Suyo, es magia, es amor, es vida, es mundo, es historia, es la diosa y el dios siendo eternos y mágicos, no puedo ponerle palabras más sencillas, menos místicas, es la alquimia que convierte lo terrenal, lo carnal, en lo divino…


Se vence sobre mí, Su peso me devuelve a la realidad, me hace recordar que es humano, que somos carne y huesos. Me hace perder lo etéreo y es justo en ese momento, cuando mi cuerpo vuelve a sentir su límite, cuando se rompe, cuando de la boca del estómago sale un llanto inconsolable, un llanto que en el momento de máximo dolor no hacía ni el amago de asomar, pero ahora se derrama por esos ojos que vuelven a ver. Es un llanto que me vuelve mujer, que se despide de la diosa, que la guarda de nuevo en el cofre del tesoro, pues el mundo no está preparado para verla, pues por ahora sólo Él es digno de contemplarla en su totalidad.


Sale de mí y me prometo en silencio guardar su semen dentro el máximo tiempo posible, como si guardara un trocito de esas sensaciones mágicas, como si aguantándolo alargara la magia, como si guardando su esencia dentro me mantuviese perdida en Él…


Pero los laberintos no son eternos, al final encuentras la salida, al final te encuentras, y es que es eso, eso lo resume todo: perdiéndome en Él, me encuentro.


 

lunes, 14 de noviembre de 2016

Recuerdos

Ride - Lana del Rey


Es curioso cómo es la mente, cuando echas la vista atrás idealizas todo lo que viviste, incluso cuando recuerdas que no estabas bien… Hoy me he puesto a Lana del Rey y he recordado cuando escribía con ella de fondo, cuando mi vida era bonita pero no dejaba de tener ese trasfondo triste que Lana da a sus canciones.


Cuando escribía con ella de fondo me sentía sumisa a secas, en aquella época aún no había descubierto el mundo que ahora he descubierto, aún no le había dado explicación a todo lo que le doy ahora. Cuando escribía con Lana de fondo, éramos solo un Amo y su sumisa. Ahora sigo entregada, pero hemos evolucionado, porque de eso va la vida, de eso se trata, de evolucionar siempre, por mucho que te guste algo debes seguir avanzando, y al avanzar esa sensación desaparece tal y como la sentías. Yo he avanzado, y ahora no siento como sentía cuando escribía con Lana de fondo, ahora percibo cosas más profundas, ahora los sentimientos se han matizado. La entrega es entrega pero no es igual a como fue, porque cuando avanzas todo se transforma inevitablemente. Y aunque ahora siento cosas más bonitas, aunque ahora la magia es más magia, no puedo olvidar todo lo que sentí por el camino, no puedo no añorar las diferentes etapas del camino. Añoro esos tiempos, como de aquí a nada añoraré estos…


Y hay que conducir, conducir adelante pues para atrás no se puede, es estancarse o avanzar, esas son las opciones. Quedarse paralizado, extasiado por lo maravilloso de este momento o crecer con la fuerza de esa maravillosa sensación.


Guardo mis recuerdos como tesoros en el corazón y a veces los saco para contemplarlos: el día que me regaló el collar, el sentirlo en mi cuello con los ojos cerrados, abrirlos y verme tan guapa en el espejo, aquellas bodegas, aquel vino, aquel cumpleaños, aquella noche, aquella pinza de madera que se resistía, aquel abrazo, mirarlo reflejado en un espejo mientras me tatuaban su nombre, aquel viaje a Bilbao, nuestro viaje de novios, aquel concierto, aquella sonrisa, aquellas palabras, aquellos azotes, aquel polvo, aquel, aquel… aquellos tiempos. Soy una melancólica, no lo puedo evitar, mis recuerdos componen mi vida. No puedo vivirlos y olvidarlos sin más, las sensaciones crean una red de emociones en mi interior, una red de seguridad, una red que no me deja caer, es la red que me protege mientras ando por esta cuerda de equilibrista que es mi vida. Y a veces cuando me  desequilibro, caigo sobre ellos y me paso unos días rememorando, obligándome a sentirme como me sentía, y dando las gracias, las gracias por todos y cada uno de esos recuerdos, gracias por saber que ahora construyo nuevos, aunque ahora no me parecen tan maravillosos como me parecen los más antiguos. Porque la mente es así, no podríamos cargar con todo lo que cada momento conlleva y nos deja solo lo bueno, incluso de los peores momentos, me deja una sensación de dolor pero dolor lejano, un dolor que también aporta. Porque de aquel vino solo recuerdas su sabor, tu sonrisa mientras lo bebías pero no recuerdas que en tu cabeza aún había un montón de preocupaciones absurdas porque no habías aprendido a vivir el presente, pero recuerdas solo el vino y la sonrisa… Cualquier tiempo pasado fue mejor siempre se ha dicho, y no creo que sea cierto, nuestros recuerdos están ahí para hacernos sentir como si tuviésemos dentro un cajón lleno de lucecitas de colores, de chispitas que utilizar cuando necesitemos sentir cosquillitas en el estómago, para recordarnos que lo que ahora vivimos pronto será un recuerdo, una chispita, así que hay que saborearlo, no menospreciarlo nunca.


Cuando escribía con Lana de fondo yo era mucho más triste, aún estaba muy perdida, ahora sigo perdida pero mucho menos y de otra manera, ahora tengo mucho más asentado. Y si hablo respecto a mi relación estoy totalmente encontrada, al fin he dado la vuelta que debía dar respecto a mi entrega, respecto a mi sumisión. Cuando escribía con Lana de fondo estaba en el proceso de renacimiento, de ajustes, estaba aprendiendo lo que era la entrega real. Por eso lo recuerdo con tanta nostalgia, porque eran sensaciones completamente nuevas, eran sensaciones duras pero maravillosas. Y ahora solo recuerdo lo bonito, pero debo repetirme que fue también duro, para comprender el momento en el que estoy ahora, que aunque es en otro aspecto de mí, es lo mismo. Estoy renaciendo, estoy descubriendo todas esas sensaciones nuevas, y aunque ahora me parezca duro, pronto reforzará esa red de seguridad que son mis recuerdos. Y es así como estos nos ayudan, no podemos olvidarlos ni tampoco vivir aferrados a ellos, los recuerdos deben enseñarnos en qué se convertirá esto que vivimos, nos ayudarán a superar los malos momentos, si sabemos usarlos, nos llenarán la vida de chispitas…


Ahora estoy frente a la chimenea, escribiendo con Lana del Rey de fondo, recordando, este es un momento sencillo, tranquilo, pero lleno de matices, un momento en el que me doy cuenta de qué quiero recuperar de aquellos días para aportar al ahora, y qué cosas, por muy bonitas que fueron, es mejor que queden en el pasado, en el recuerdo.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Golpes en la cabeza

Bang my head - David Guetta ft Sia


Sentadas en la orilla de aquella playa con sus túnicas blancas, descalzas y limpias. Hablaban y se preguntaban el porqué de la vida, el porqué de las cosas. Cuéntame qué piensas, por qué la vida existe, qué hay más allá de la muerte, por qué amamos, por qué sufrimos, por qué nos invaden las sensaciones, esas intuiciones que no podemos explicar. Allí pasaban sus días, charlando y charlando, comiendo poco, divagando mucho. Eran puras y mágicas, no se necesitaban más que la una a la otra, solo necesitaban sus charlas en la orilla del mar.


Dime que esto no existe, dime que en la inmensidad del tiempo nuestra única aportación es esta, y luego dime que es mentira, que no puede ser que existamos solo una vez, para qué, por qué, por qué me siento más allá de esta carne, de esta piel, porqué nos sentimos parte del mundo, porqué sentimos esta magia recorriendo nuestras venas.


Y allí bailaban a la luz de la hoguera, hacían sus rituales, de plantas y ungüentos, allí se sentían animales, se sentían naturaleza, allí se sintieron Universo, se sintieron fuerza, crearon tormentas, atrajeron la lluvia, se tostaron al sol. Allí vieron la luz al final del túnel, esa luz que te lleva dónde venimos, vamos a la luz pues venimos de la luz en un ciclo infinito, en un ciclo de transformación, trascendencia. Allí, en su isla, mirando al mar, siempre abrazadas por el mar.


Una mañana comiendo fruta fresca, sentadas a la orilla de aquel mar, hablaron. Tras bailar toda la noche, tras embriagarse de magia, tras pedir al Universo la clave, la obtuvieron. Aquella mañana comprendieron la vida, comprendieron el porqué y el para qué… y entonces comprendieron que se equivocaron, que creyeron que con esas respuestas ya estaba todo hecho, que ese era el fin de vivir: comprender la vida. Esa mañana, conmocionadas, hablaron. Comprender la vida sólo las había llevado al principio de sus caminos, las llevó a una tremenda y dura decisión: seguir el camino o no, andarlo rápido o lento, crecer o dejarse crecer. Aquella mañana con el sol aún iluminando suave tomaron una decisión, una decisión dura. Decidieron ser valientes, decidieron apostar fuerte, crecer duro, pues era la forma de llegar dónde sabían que querían llegar, pues no deseaban alejarse de lo que ahora sabían que era la vida. Decidieron crecer a base de palos y piedras, decidieron experimentar el miedo, el dolor, la soledad… decidieron pasar por los tiempos solas y vagabundas, decidieron experimentar la guerra, la prostitución, la miseria, la muerte, la pérdida… decidieron poner a prueba su fe, decidieron viajar vida tras vida intensamente, sin dejarse un solo sentimiento por experimentar. Mientras hablaban las lágrimas brotaban de sus ojos, sabían que estarían miles de años sin verse, sin volver a disfrutar de esas charlas, de ese idioma que sólo ellas entendían, sabían que estarían miles de años sintiéndose fuera de lugar y no sabían cómo les iba a afectar eso. No sabían si la humanidad, si lo terrenal las alejaría de sus caminos, si el sufrimiento llenaría sus recuerdos de capas sucias que empañaran todo lo que en ese momento sabían, cabía la posibilidad de que se olvidaran la una de la otra, la posibilidad de perderse tanto en la historia que jamás volvieran a verse.


Dime que nos volveremos a ver, vamos a prometernos que nos reencontraremos, aunque sea para que ese juramento sagrado haga que no nos olvidemos de este momento en la orilla de este mar, que este juramento haga que no me olvide de tus ojos grandes, de tu pelo trenzado, de este amor maternal que me has dado, de todo lo que hemos aprendido, todas las certezas que hemos acumulado juntas, jurémonos que en alguna vida lejana y apacible nos encontraremos y nos contaremos lo que hemos aprendido, lo que hemos vivido, qué nuevas certezas portamos. Prométeme que volveremos a hablar este idioma, que volveremos a hablar ebrias de nuestras pócimas secretas. Que volveremos para evaluar vidas y decidir cómo seguir. Prométemelo.


Un día algo me golpeó la mente, algo me dejó aturdida, de repente salieron certezas de un cajón que no sabía que existía. En una vida lejana a aquella, en una vida tranquila, apacible, en una vida de descanso, en una vida sin soledad, en una vida de reencuentros. Me quedé aturdida, los recuerdos empezaron a atacarme, sabía que tenía que hacer algo, no sabía el qué… así que escribí, y escribiendo la golpeé.


Aquí, ante dos refrescos te miro, estás aturdida y mareada como yo, las vidas nos golpearon fuerte, nos nublaron las certezas… pero irradiamos algo especial, una magia que atrae, la magia de estar cumpliendo nuestro camino, de estar viviéndolo al máximo. Estamos reconstruyéndonos, algunas vidas nos dejaron devastadas, nos hirieron demasiado. Pero a pesar de todo aquí estamos, cumpliendo nuestro juramento.


Me alegro de volver a verte.

 

lunes, 29 de agosto de 2016

El camino de la nostalgia




Ya estoy de vuelta de las vacaciones, y como me suele pasar tras recuperar fuerzas, me he puesto a hacer limpieza en todos los sentidos. Quería aclarar que esta entrada y la siguiente son dos entradas que necesito, son fruto de esa limpieza en profundidad, como cuando necesitas sacar todo lo que hay en un cajón para luego decidir qué vuelves a guardar y qué quieres tirar.



Lo que tenemos los granaínos con nuestra playa es amor-odio. Es nuestra playa pero tenemos que conducir unos 40 minutos hasta llegar a ella, eso ahora que han abierto la autovía, porque me pasé toda mi infancia chupándome curvas y carreteras de doble sentido durante una hora larga. Cuando llegas allí te encuentras con una extensión gris, llena de piedras. Pero es nuestra playa, esa que te pilla a mano para ir los fines de semana del verano, esa a la que van tus abuelos todos los años porque está cerca, esa a la que vas cuando eres adolescente con tus amigos a pasar el día pues es a la única a la que te dejan ir tus padres. Eso que son ventajas al final se acaba convirtiendo en ese odio del que hablaba, siempre vas allí, siempre te encuentras a las mismas personas, el mismo ambiente, y te va asfixiando, te va creando la sensación de que no avanzas, de que eres la que eras cuando fuiste de niña, la misma que cuando ibas de adolescente…


Ayer nos montamos en el coche temprano, sin desayunar y partimos para Almuñécar, así se llama la playa. Desde que las niñas empezaron a tener consciencia y recuerdo hemos creado una tradición, un día en el que repetimos aquellos rituales que nosotros vivimos de niños. Antes íbamos varias veces en el verano con mi familia, pero este año fuimos expresamente a hacer nuestros rituales, solos. Nos montamos en el coche y pusimos el disco recopilatorio de Juan Luis Guerra, cuando nos conocimos descubrimos que nos traía los mismos recuerdos, que tanto sus padres como los míos nos lo ponían de camino a la playa. Me gusta sacarlo de la carátula amarillenta y vieja, ponerlo y comenzar un viaje al pasado. Empieza a sonar la música y noto que mi mente y mi cuerpo se eriza, se pone en modo nostálgico, y es que el camino a la playa es el camino de la nostalgia, pues he hecho ese camino con todas las personas importantes de mi infancia…


La tapicería del Ford Orión viene a mi mente, el olor, su tacto, mis padres sentados delante, aún juntos. Íbamos al cortijito que teníamos allí, las vistas de la piscina, el banano, el olor del sillón, las literas de los dormitorios, la mini lavadora que había en el baño, la balaustrada blanca de la terraza, era una casita preciosa que yo odiaba, sentía que me ataba, que nos obligaba a ir allí cada verano, y yo quería volar, salir, alejarme por unos días de la que era en mi ciudad, ir a un sitio a ver cosas distintas, ir a playas distintas, comerme un helado distinto en una heladería distinta…


Como he dicho ahora han abierto la autovía, por lo que la carretera antigua está casi desierta, ayer, mientras contemplaba el paisaje reparé en ella, de repente las imágenes me golpearon duro, y me puse a llorar. Cuántas veces hice ese camino con mi abuelo en el coche, cuántas veces paramos en el Azud de Vélez a desayunar como a él le gustaba, cuántas veces me quedé con ellos en los apartamentos que alquilaban mientras mis padres trabajaban en setiembre, cuántas cabañas me hizo en aquellas piedras, cuántos de sus “rollos” me contó. Cuántas veces fuimos toda la familia junta a pasar el día, éramos de esos que ponen cuatro sombrillas y llevan la tortilla, la carne empanada y la sandía de postre, con dos neveras llenas de refrescos, de broma decíamos que era una “Jaima” pues poníamos sábanas enganchadas para dar más sombra. Y allí pasábamos el día todos mis tíos y mis primos, quizá cuando era más niña sí disfrutaba de ello, pero ya de mayor empezó a no gustarme, aparentemente disfrutaba, pero miraba a otras personas a nuestro alrededor, miraba al mar y algo dentro me dolía, me sentía atrapada, ya no me valía la carne empanada ni la tortilla, la jaima era para mí una jaula, ahora lo veo, ahora que en estos últimos años he analizado mi relación con mi familia me doy cuenta de que mi madre y yo no pertenecíamos a ese mundo, a esa forma de hacer las cosas, pero hay veces que cuando naces haciendo lo mismo una y otra vez haces las cosas por inercia porque el placer que produce la costumbre disfraza tu verdadera necesidad, lo que de verdad quieres. Todo esto se acentuó cuando murió mi abuelo, porque él tenía la virtud de hacer mágico y especial todo. La última vez que fuimos todos juntos a la playa mi hija pequeña tenía dos años, tiene una foto con la sandía que era casi más grande que ella, aquella vez estar allí me pesó demasiado, definitivamente lo que me ataba a ese mundo había muerto hacía varios años y debía aceptarlo.


Poco a poco hemos ido construyendo nuestro mundo, hemos ido encontrando la manera de hacer las cosas, me encanta ir a la playa con la sombrilla, los esterillos y una mochila negra, nada más. Me gusta ir con la sensación de que puedo irme cuando quiera, que mi equipaje pesa tan poco que puedo moverlo fácilmente.


Ayer pusimos a Juan Luis Guerra en el coche y supe que este año me iba a costar enfrentarme a la nostalgia. Recorrimos el camino y verlo canturrear mientras conduce me lo hizo más ameno, vi aquella vieja carretera y un nudo se me agarró, lloré en silencio para que no se diera cuenta de que lo hacía, no quería. Fuimos a desayunar buñuelos con chocolate como manda la tradición, fuimos a la playa un rato, frente al Vizcaya, donde siempre nos hemos puesto, vi a las familias con sus sandias, con sus “jaimas”, me llené las manos del polvo de las piedras haciendo casitas con mis hijas, siempre me ha dado dentera hacerlo, comimos en el chiringuito con sus aparatosas e incómodas sillas de anea de toda la vida, comimos migas y pescado frito, Él se pidió el espeto de sardinas hecho en la vieja barca de siempre. Después las niñas se montaron un rato en unos columpios mientras nosotros las mirábamos sentados en un banco del paseo. El día se nubló y yo con él. Recordé a mi abuelo, imaginé qué pensaría de que ya no nos reuniésemos como cuando él estaba, con lo que luchó por vernos a todos juntos… entonces acepté que él ya no existía como tal, que él ya no puede decir nada porque ya no está, porque cuando alguien muere, muere, y los que se quedan no pueden seguir haciendo las cosas por su recuerdo, porque eso es vivir esclavos de algo inexistente. Mi abuelo ya no existe como persona, ya estará en otra vida viviendo otras cosas, y debe hacerlo a su manera, al igual que yo. “¿Qué hacemos?” La nostalgia ya me había afectado demasiado, esta vez me había ganado la partida y no quería seguir con el resto de rituales, ya no quería helado en “la isla de Capri” ni quería cenar en la pizzería “Pinocho”… No quería pasar delante del hotel “Helios” ni ver el balcón del apartamento que mi abuelo bautizó como “Villa Toldos”. No quería andar por el paseo hasta el mercadillo nocturno, no quería cruzarme con todas las personas que harían lo mismo aquella noche. No quería pasar por la calle en la que le dije que necesitaba que me dominase, no quería entrar en “Loro Sexy” a ver los pájaros…


Y a pesar de que este año la nostalgia haya podido conmigo no quiero dejar de ir cada año, porque todos deberíamos hacer nuestro camino a la nostalgia de vez en cuando, para recordar, para evaluar cómo hemos cambiado, cómo nos sentimos frente a aquello que fuimos, frente a todo lo que vivimos, para ver qué queda de eso en nosotros, para que nunca olvidemos de dónde venimos y valoremos dónde hemos llegado, para rendir homenaje a nuestro pasado mientras nos desprendemos de él. Porque por muy bonitas que sean algunas de las cosas que vivimos ya no existen y eso hay que aceptarlo, los objetos bonitos también pesan, y no olvidemos que la clave es viajar livianos.


Al viajar a mi pasado me doy cuenta de que en la infancia las personas que nos quieren y nos cuidan nos hacen formar parte de sus mundos, nos hacen partícipes de ellos y eso nos aporta, pero conforme vamos creciendo hay que crear el nuestro propio pues vivir en el de los demás no es vivir.


Al terminar de escribir esto voy a poner Juan Luis Guerra a tope porque tengo presión en la cabeza y necesito llorar nostalgia.

lunes, 31 de agosto de 2015

Mamá, soy sumisa

Ya os he contado muchas veces que con mi madre tengo una relación muy especial, os hablé de ella en este post. Ha sido siempre la persona que me entiende, la que me da los mejores consejos y a quién me apetece llamar cuando me pasa cualquier cosa, buena o mala. Cuando comencé a vivir todo esto la eché mucho de menos, me enfrentaba a conflictos internos que sabía que sólo ella podría calmar, pero era incapaz de contárselo. Así que pasaron los años y fui acostumbrándome a vivir ciertas cosas sin ella, y me sentía realmente mal, como si la apartara de mi vida, de lo que soy. Ella nunca me ha rechazado por nada, cuando me quedé embarazada de mi primera hija, lo primero que hicimos fue contárselo a ella, yo era muy joven y tenía asumido que mi madre reaccionaría como se espera en esos casos, llevándose las manos a la cabeza. Pero ella se quedó quieta, delante de mí, y lo primero que me preguntó con una enorme sonrisa fue: “¿Pero por qué lloras, tonta?” Me montó en el coche, me llevó al hospital para asegurarnos que todo estaba bien y por el camino me quitó todos los miedos a base de ilusiones “¿Qué nombre le pondrás? - Nacerá para el verano, la mejor época para sacarla de paseo – Es normal que él esté asustado, pero seguro que será un gran padre – Que sepas que por lo menos la cuna es cosa mía - Seguro que será un bebé precioso…” Este es un ejemplo de por qué me dolía ocultárselo, si ella siempre me ha aceptado sin juzgarme.
Un día yo estaba muy triste, ella me preguntó que qué me pasaba y yo le dije que no podía decírselo, que no lo entendería. Traté de explicarle con metáforas pero fue peor, me miró muy seria y me dijo: ”Yo sé lo que te pasa, eres ninfómana ¿Verdad? Creo que lo has heredado de tu padre y no pasa nada” Me quedé a cuadros y me dio por reír “No, mamá, no soy ninfómana” Así que decidí decírselo. Es muy difícil transmitir lo que eres en dos palabras que ni siquiera te gustan, pero hay que resumirlo de alguna manera: “Soy sumisa” se quedó igual “No pasa nada, yo antes también era muy sumisa, y por eso he trabajado todo este tiempo para saber qué quiero y no decir que sí a todo…” no lo había entendido, el error de esa palabra es que también corresponde a una característica personal negativa. El problema vino cuando me di cuenta de que ni siquiera había oído hablar del tema, cuando tuve que explicarle lo que es ser sumisa, lo que es el BDSM, lo que implica… Al terminar me hizo la pregunta que sabía iba a hacer: “¿Crees que yo he hecho algo mal como madre, crees que eres así por algún error mío?” No, no se lo toméis a mal, no era en plan ¡¿Dios mío en qué me he equivocado!? Siempre se ha esforzado mucho en ser buena madre, le ha dado mil vueltas a las cosas por hacer lo mejor para mí, para convertirme en la mejor persona posible, esa pregunta es la misma que yo me hacía ¿Cuál es el origen de todo esto? Le expliqué tranquilamente que ella no tenía nada que ver, que esto no era una condición derivada de nada, y si lo es da igual, yo soy feliz así, no hay que darle más vueltas, le dije que cambiara la palabra sumisa por lesbiana ¿Crees que eso sería consecuencia de algo? “No, creo que es algo que eres y punto” Pues igual, mamá. A partir de ahí todo ha sido aceptación. Puedo hablar con ella con normalidad, evitando decir mi marido me azota o me abofetea, son términos que no veo necesario utilizar, más que nada porque ella lo admira y lo quiere como a un hijo, y no querría que eso se enturbiara. Con ella puedo hablar de la parte más profunda de todo esto, que es lo que necesito.

viernes, 24 de julio de 2015

24/7

Miro atrás, me veo con 7 años imaginándome de mayor, deseando sentir todo aquello que no entendía. Me veo ya con 10 años fantaseando antes de dormir, los príncipes no eran para mí, yo quería hombres malos que me esclavizaran, que me retuvieran para obedecerles, para dar rienda suelta a sus fantasías perversas. Con 14 años encerrada en el baño, tocándome, pellizcándome, rezando para que el hombre de mis fantasías abriera la puerta y me dominara. Miro atrás y veo que siempre quise pertenecer cada segundo de mi vida, y aunque ahora tengo eso, aunque ahora vivo aquello que siempre deseé no ha sido fácil, ni lo es.
El 24/7 me ha dado llanto y angustia, puede que ahora sea mi felicidad, pero sigue atormentándome, condiciona muchos de mis pensamientos, condiciona muchas de mis sensaciones y muchas de mis decisiones. He llorado mucho por desearlo y lloro mucho por el miedo que me da a que no sea real, a que todo sea producto de mi mente fantasiosa.
Llevo toda la vida en 24/7, aunque fuesen Amos inventados, estaban presentes en cada uno de mis pensamientos, no sé ser de otra manera. El 24/7 no es algo nuevo, es algo que traigo aprendido no sé de dónde.
Y me he sentido rara, muy rara, me he sentido enferma, loca… y aún no tengo muy claro que realmente no tenga un problema mental, no por ser sumisa, no me malentendáis, sino por esa fantasía que inunda mi mente, por esa habilidad de ver el mundo a través del prisma de mis sueños. ¿Y si creo que se hacen realidad y no es más que una imaginación?¿Y si es producto de mi mente? A ver, las cosas son como son, pero y si esa felicidad que siento es un aliño fantasioso de la realidad.



El 24/7 para mí ha sido anhelar y desear dolores y tormentos que ahora no puedo soportar, es desear que Él sea un sádico a pesar de yo no ser masoquista, es violar todas las leyes de la igualdad y la razón. Es luchar por ser una esclava, por sentir lo que te dicen que no se debe sentir. Es hacer sacrificios por otra persona, renunciar a momentos tuyos, a vivencias, es tener que morderte la lengua en más de una ocasión. Me he sentido un bicho raro, un monstruo, una loca, pero sabía que sin eso no podía vivir, que renunciar a esa parte de mí sólo me traería problemas.
Sé que hoy es el 24/7 que es un día en el que celebrar que lo vivo, que tendría que decir sólo cosas buenas, y es cierto que el 24/7 tiene una parte maravillosa, pero de ella ya os he hablado, esa parte ya la conocéis y seguro que la imagináis, es una parte que lo compensa todo, pero hoy quiero enseñaros que también me ha hecho y me hace sufrir, que tiene una parte dura y difícil, que no es un cuento de hadas y azotes. Hay que estar muy seguro de que es lo tuyo, muy seguro de que quieres formar parte de ello, muy seguro de que eso te hará feliz.


Sé que son divagaciones, pero soy así. Las bofetadas de realidad son las que más daño me hacen, un daño profundo que hace temblar los cimientos de todo en lo que creo. Y es que mi historia es tan bonita que me atormenta.
No sé que es el 24/7 para otros, para mí son unos números que odio y amo a partes iguales, unos números que forman parte de mí, que llevo en cada recuerdo de mi infancia, en cada poro de la piel, en cada lágrima y cada gemido, son unos números que le dan sentido a todo, pero que, a veces, también lo enturbian todo.
El 24/7 es un amasijo de anhelos, deseos, orgasmos, locuras, pensamientos, necesidades, lágrimas, es un amasijo de carne, huesos y sangre que lleva mi nombre.

jueves, 18 de junio de 2015

Confesiones bajo el limonero

Elvis Presley - My way


Fuimos a casa de mi abuelo, es una finca grande llena de viñas, bueno era, ahora sólo hay tierra removida y hierbas secas. Por aquella tierra yo corría de pequeña, adoraba quedarme a dormir los sábados para amanecer con la luz del domingo entrando en aquel salón, ver a mi abuela y su eterna sonrisa con el cola-cao y el paquete de galletas príncipe en la mano. Mi abuela me quería con locura, fui la primera nieta y hasta muchos años después no tuvo otra, siempre fui su “pajarillo”, al que pacientemente daba de comer. Mi abuelo siempre estaba en aquel campo, sembrando patatas, haciendo vino, construyendo conejeras… cómo me gustaban esas conejeras, era un habitáculo con ladrillos de hormigón visto, nada bonito, a mi abuelo nunca le ha importado eso. Dentro había jaulas amplias para cada conejo y podías ver a los conejitos recién nacidos crecer. Las conejeras ya no existen, sólo hay tres paredes a medias, sin tejado, sin jaulas y sin conejos. Y allí bajo el limonero, que sí sigue en pie al lado de las ruinas, mi padre trajo dos sillas viejas para sentarnos a hablar.
Odio ir a esa casa desde que mi abuela murió esta navidad, veo su sillón y es como si todavía estuviera allí sonriéndome mientras me dice lo guapa que voy siempre, a diferencia de su marido, para ella la imagen era muy importante. La veo tocando su bandurria y canturreando canciones que saben a añejo. Por eso, cuando mi padre me dijo de salirnos al sol me alegré. Nos sentamos, las hojas de limonero matizaban la luz intensa de las 12 de la mañana. “Bueno, ¿Qué es eso tan horrible y que me va a asustar tanto?” Titubeaba, no sabía cómo empezar a contarle, a mi madre le dije que era sumisa y no lo entendió, creyó que me refería a una característica de mi personalidad, es por eso que esta palabra ha dejado de gustarme, confunde a los que no conocen su significado. Odio dar esas explicaciones, contarle a alguien que no sabe nada qué es ser sumisa, qué es el BDSM. Pero parecía tonta titubeando tanto, así que lo solté: Papá, desde pequeña he sabido lo que soy, es que yo… soy sumisa. Mi padre sonrió suave y asintió. Me confundí: ¿Sabes a lo que me refiero? ¿Sabes qué es el BDSM? él volvió a asentir. A partir de ahí la naturalidad fluyó. Lo primero que me dijo fue: “Lo único que me preocupa es si tienes claro que ser sumisa es serlo con una persona no con todo el mundo. No quiero que nadie que tú no quieras te controle o te haga sentir inferior” aluciné, no tenía nada que explicarle, no solo conocía de qué hablaba sino que hablábamos el mismo idioma. Sabía que mi padre no me rechazaría, nuestra relación es un poco atípica, yo no lo juzgo y él a mí tampoco, lo que no me esperaba es que con la persona que me iba a sentir más cómoda hablando de todo esto sería él, con la que iba a sentir que me entendía y que compartía la misma visión del D/s. Hablamos más, me preguntó cómo lo sabía desde pequeña, yo le conté que con mi vecina ya jugaba a la dominación, pero que cuando por casualidad vi Historia de O fue un bálsamo para esa niña que creía que era un bicho raro. Por asegurarme le pregunté si sabía qué película era, “Claro que lo sé, es una película preciosa” lo dijo como lo podría decir yo, me volví a sentir tremendamente confortada, una paz me invadía.
No sólo había aceptado la noticia sino que mi padre, un hombre muy vivido, estaba diciendo lo mucho que me admiraba : “Tuviste un par de ovarios, los tuviste y los tienes. Has podido normalizar algo que otros no. Fuiste capaz de confesárselo a tu pareja. Yo no, siempre he tenido pensamientos que me han hecho creer que soy un monstruo, me ayudas mucho siendo así de natural y sincera”
Hablamos mucho más, sobre la vida, sobre lo importante que es vivirla a nuestra manera, me dijo que últimamente no podía dejar de escuchar la canción de “My way” que esperaba que fuese la vida diciéndole que viviera a su manera y no que le decía que se fuese despidiendo, que no le daba miedo morir pero aún no quiere. Mi padre es joven, tiene 56 años, es alegre, vital… sigue conservando ese carisma con el que nació. Le dije que no creía que fuese a morir, pero que ya hablé de él en mi blog (“Mi padre ¿mi origen?”) diciendo que nunca había aceptado lo que era y la vida que quería vivir. Esto me hace reflexionar una vez más sobre la necesidad que tenemos algunos de que sea nuestra forma de vivir, no algo que vivimos esporádicamente. Mi padre ha sido un conquistador, ha viajado, ha estado con muchas mujeres y se ha movido en mundos en los que podía hacer lo que quisiera. Estoy segura de que habrá tenido sesiones, o al menos sexo dominando o haciendo ciertas prácticas, pero eso no lo ha satisfecho. Por lo que siento y por lo que él me dejó entrever, le hubiera gustado vivir una relación como la mía, que va más allá de todo. El no haberla conseguido lo atormenta. Me dijo que le encantaba que hubiera tenido esa confianza con él, pero que se preguntaba por qué lo había hecho, podría seguir ocultándolo y puede que él nunca lo supiera. Le di dos respuestas, primero es que quiero darle naturalidad y limpieza a mi vida, como dije en mi anterior post, no lo iré gritando pero tampoco quiero mantener un secretismo. Cuando ocultamos algo toma un cariz oscuro y turbio. Por otro lado, estamos en la era de la sobreinformación y del acceso sin restricciones a todo. Tengo un blog, tengo una cuenta en twitter y tengo otros proyectos en los que quizá también tenga que exponerme. No quiero que por casualidad las personas que de verdad me importan descubran cosas de mí por sorpresa, quiero estar tranquila en ese sentido. Imaginad por un momento que por esas casualidades de la vida algún amigo le diga a mi padre que mire mi blog, o alguna entrada, o incluso alguna foto y él me reconociera. Si no supiera nada la situación sería muy violenta, pero sabiendo todo de mí, la cosa cambia, seguiría siendo raro, pero es diferente.



Fue un día especial, sabía que había mucho de mi padre en mí, siempre lo he sabido, pero no creí que fuese tanto. Una calma se ha instaurado en mí, se han sosegado muchos de mis fantasmas, ahora entiendo muchas de las cosas que hizo, el por qué no podía seguir con mi madre, el por qué aunque la amaba con locura tuvo que separarse e irse. Ahora entiendo su búsqueda, su insatisfacción… yo también me sentí así, aunque por suerte tomé la decisión adecuada mucho antes.
Esa conversación fue un sueño bajo el limonero, fue un bálsamo que he buscado toda mi vida. “No tengas miedo, eres única. Solo te digo que te comas el mundo, haz lo que quieras, sigue siendo como eres y cómete el mundo. Estoy seguro de que lo harás, ya lo estás haciendo” terminó.



Escucho esta canción, miro a mi alrededor, me miro al espejo: soy una madre joven que iba a clase con la barriga gorda y los prejuicios encima, una emprendedora apostando por sueños que parecían imposibles y que voy cumpliendo poco a poco, soy Suya por completo, cada día y cada hora… pues sí, miro mi recorrido y puedo decir que, para bien o para mal, estoy viviendo la vida a mi manera.

viernes, 24 de abril de 2015

A veces crees que eres una mierda

¡Hola! Escribí la entrada de "A veces todo es una mierda" con la intención de ayudar a alguien, y resulta, que a quién ayudó fue a mí. Me liberó de una serie de sensaciones, como si contándolo pusiera el punto y final a una época. Y me gustó tanto que decidí intentar hacer lo mismo con otra de mis oscuridades del pasado, porque aunque a veces la tenga presente, ya no es lo mismo. Así que, si me lo permitís, os usaré de terapia...


Young and beautiful - Lana del Rey

Tenía 7 años, era una niña menudilla, de paletas grandes y un poco salidas. Nunca fui gordita, bueno, ahora que veo las fotos sé que no lo era. Tenía 7 años, mis padres habían organizado una barbacoa con varias parejas de amigos, tenía 7 años y una mujer al despedirse de mi mejor amiga le dijo que siguiese así de guapa, tenía 7 años y esa mujer al despedirse de mí dijo palabras textuales: “Contrólate un poco que te estás poniendo muy gordita”. Tenía 7 años y mi profesora de baile me dijo: “Contrólate que estás echando buche de pájaro”. Tenía 7 años y esas mujeres me sentenciaron a una vida llena de inseguridades, me sentenciaron a una vida viendo mi cuerpo distorsionado. Yo no entendía que no me pasaba nada, no tenía herramientas para superar ese tipo de comentarios, no tenía una imagen concreta y segura de mí misma, tenía 7 años, joder, no tenía una imagen de nada. Así que comencé a meter la barriga, no sé lo que es ir por la calle con los músculos del estómago relajados. En los campamentos de verano me esperaba para ducharme la última para que me vieran lo menos posible sin ropa.
Empecé a masturbarme, empecé a entender mi sexualidad, a desear estar con un hombre. Era una niña de 11 años que odiaba su pelo por ser demasiado encrespado, odiaba sus dientes por ser demasiado grandes, odiaba su cuerpo amorfo. Y lo pensé, creeréis que no, pero lo pensé de una manera seria, que de mayor ningún hombre querría estar conmigo, pero yo lo necesitaría, así que mi conclusión fue que tendría que hacerme prostituta. Es más, no sé cómo supe que había unos sitios en los que te dominaban si pagabas. Me imaginé soltera, volviendo del trabajo un viernes, ganando un dinero que gastaría el sábado en un lugar para que me ataran, me golpearan y me follaran.


Crecí un poco más y noté que sí le gustaba a los chicos, pero tenía el autoestima tan hundida que basé mi seguridad en que cualquiera me dijese dos palabras medio bonitas. Hice cosas de las que me arrepentiré siempre. Tenía 15 años, hice cosas de las que me arrepentiré toda la vida. Es curioso porque a esta edad se me desarrolló un sentimiento extraño, los hombres se sentían muy atraídos por mí, mi tío me dijo una vez que era una Lolita. Yo lo sabía y ese sentimiento de que acabaría sola porque daba asco se transformó en una lucha interna: sólo les gusto por mi cuerpo, no tengo nada más que aportar, pero sé que no soy perfecta, que tengo grasa y un poco de celulitis, pero les gusta mi cuerpo y lo sé, sé que me desean pero no creo que lo merezca, soy imperfecta y no estoy tan delgada como querría.
Me gustaría decir que cuando empecé con Él esto desapareció, pero no fue así. Es algo que me ha acompañado toda la vida, sólo hasta hace un año y medio más o menos he sido capaz de ver que soy mucho más que un cuerpo.
Estaba enferma, y no, no he sido bulímica ni anoréxica, aunque reconozco que en cierta época envidié a las que lo eran. Yo me abrazaba al wáter, me metía los dedos, pero a la primera arcada me asustaba. Me controlaba la comida, pero nunca hasta no comer nada.



Los embarazos no ayudaron mucho, si ya tenía distorsionada la imagen de mi misma, los cambios en mi anatomía fueron el colmo. Cuando tuve a mis hijas había perdido la proporcionalidad de mi cuerpo, no sabía si era ancha de caderas, si era gorda o flaca, y para que entendáis mejor la locura que era, os diré que justo después de parir pesaba 53 kilos, lo máximo que he pesado en mi vida. Nunca dejé de usar mi ropa normal, incluso había personas que no se daban cuenta de que estaba embarazada. Pero yo me veía inmensa. Y llegaron los peores años de esta mierda, conseguí llegar a los 48 kilos, pero no estaba contenta, quería 47, eso decía, consciente de que cuando los consiguiera querría los 46 y así… Mi Amo no sabía qué hacer conmigo, me castigaba por ello, mis amigos estaban hartos de decirme que no me entendían, que estaba perfecta… pero no, no lo estaba, no en mi cabeza. Y digo en mi cabeza, porque no era algo que hiciera porque considere que la delgadez es sinónimo de belleza, en esto me ha pasado como con muchas cosas, que en los demás algo me parece bonito pero en mí no lo soporto. Una amiga me dijo que la ofendía siendo así, las personas con este problema tendemos a crear rechazo y críticas. A mí ella y su cuerpo me encantan, la veo guapa y una mujer muy atractiva. Pero no lo hacía por estética, lo hacía porque creía que era lo único que podía hacer para valer, era más fácil controlar la comida que enfrentarme a mis demonios.
Mi padre siempre ha sido un hombre con carisma, un hombre atractivo, mujeriego y muy sexual. Un hombre que le decía a mi madre una y otra vez que quería que estuviese más delgada, que tuviese el pelo más largo y más rubio, sí, que se pareciese más a Pamela Anderson. Creo que esto también me ha afectado mucho. Cuando voy a ver a mi padre me gusta ponerme muy guapa, me gusta que me mire y me diga lo espectacular que soy, lo orgulloso que está de mí por no haberme abandonado después de mis hijas. Le da igual a qué precio haya sido eso…



Un día, hace un año y medio, decidí que así no podía vivir, no sólo por estar siempre triste y con una angustia horrible, ni siquiera por mi Amo que demasiado me aguantaba, sino porque tenía dos hijas y no quería verlas pasar por lo mismo, dos niñas que me imitarían, que aceptarían mis estereotipos como válidos. Con eso no podría, no quería que pasaran por lo mismo que yo. Así que tomé una de las mejores decisiones de mi vida, pedí ayuda a un profesional. Y así fue como la vida puso a otra persona maravillosa en mi camino, que me enseñó que yo valía mucho más que la grasa que hay en mi cuerpo, que mi marido está a mi lado no sólo por mi cuerpo, sino por mil cosas que yo no veía. Me enseñó que mis defectos no eran tan horribles como yo imaginaba, al fin me hizo comprender qué era eso tan especial que los demás veían en mí y que, por supuesto, no era mi cuerpo. Me enseñó todo lo que soy capaz de hacer.
Llevo un año y medio sin pesarme, aún no confío en que esos malditos números no me afecten. Me gustaría decir que ya no me preocupa nada, pero no. Aún hay días que sin motivo me quedo enganchada en que he visto una molla en cualquier sitio insospechado, o que me he visto más mofletes, o he comido demasiado chocolate… pero no es lo normal, por lo general me siento bien, puedo disfrutar de la comida, saber cuáles son las proporciones de mi cuerpo, he aceptado cómo soy y me gusto. Por ahora voy ganando todas las batallas, aunque la lucha sea dura.
Sé que le gusta como soy por dentro, que me ama por la persona que soy, pero también sé que mi cuerpo lo vuelve loco, que adora verme desnuda, que se excita sólo con verme en ropa interior... y esto es un arma de doble filo. Y entonces lo sé, sé que aún no estoy curada del todo porque me asusta dejar de gustarle, dejar de controlarme y que mi cuerpo deje de gustarle, por más que me diga que le gustan las mujeres con curvas, que odia los huesos marcándose. Me da mucho miedo pensar en el futuro, en si me querrá cuando ya no sea joven y hermosa…
La imagen es la peste de ésta época, y lo digo yo teniéndola encima. Hace que las mujeres nos pasemos la vida buscando y anhelando una belleza que no existe, queriendo llegar a unos límites generalizados que no se adaptan a las características de cada una. Y si eres capaz de encontrar tu belleza, nos condena a pasarmos la vida preguntándonos si nos querrán cuando ya no seamos jóvenes y hermosas…

viernes, 10 de abril de 2015

A veces todo es una mierda

Hoy os muestro otra de mis "canciones joya", lleva unos quince años aproximadamente conmigo. Le tengo mucho cariño, ha sido mi compañera de lágrimas en muchos momentos, y es que cantarla a lágrima viva me alivia aunque sea un poquito, ese alivio que te da que alguien te diga: "Sí, llevas razón, a veces en la vida todo parece ir mal, a veces todo es una mierda". Dadle al play y a disfrutarla, o a llorarla un rato...


Everything is wrong - Gigolo Aunts


Vuelvo a casa, a una casa en la que ducharme con agua fría porque la puta caldera se rompió y no hay dinero para arreglarla, a una casa en la que fuera del brasero te sale vaho por la boca. Los pasillos y habitaciones están llenos de radiadores que no calientan. Esta es mi vida, volver de un colegio de niñas pijas que solo se preocupan de sacar sobresalientes en vez de notables, en tener sus bonitas y calientes habitaciones ordenadas. Y yo me congelo los dedos haciendo los deberes, escribiendo en mi diario desahogos de una niña de padres recién separados que odia el momento en el que está. En invierno no me masturbo porque duermo con mi madre, una manera natural de dormir calentitas.
Me despierto cada mañana y me pongo el uniforme bajo las sábanas, salir de ellas se me antoja imposible. El fin de semana decidimos ir a pasear. Granada es preciosa un domingo por la mañana, con sus tiendas y tentaciones cerradas. Vamos por la Alcaycería mirando los escaparates llenos de mueblecitos y detalles para las casitas de juguete. Los miramos y remiramos, mi madre los observa atenta inventando cómo hacerlos de manera manual para llenar esa casita que a duras penas me trajeron los reyes.
Odio la ambición de mi padre, vivimos en una casa muy grande que no podemos calentar, que nunca está tan bonita como yo imagino. Y envidio a mis amigas, las envidio con sus pisos calientes y decorados, con su ropa nueva cada mes, con sus viajes familiares y sus vidas sin preocupaciones.


Una niña acomplejada y triste llora en su dormitorio rosa. Su padre la ha decepcionado, sus amigas no la entienden, no le gusta su pelo, ni su cara, ni su cuerpo, se siente la persona más desolada del universo. Quién calentará sus manos heladas, quién se acurrucará con ella cuando se tumbe exhausta en la cama con los ojos hinchados de tanto llorar. Ahora creo que quizá no era todo tan malo, que mucha gente habrá pasado por cosas peores, pero no son las cosas que pasan, sino cómo te afectan. Y a mí vivir cada día se me hacía un suplicio.


Oía a mi madre llorar en el sótano, se pasaba horas allí y yo sola en mi cuarto, escribiendo historias que siempre acababan mal, era lo único que me daba consuelo, la melancolía era el único sentimiento que me llenaba. Mi madre subía con los ojos rojos y yo no sabía qué hacer, no quería verla sufrir, siempre me ha gustado protegerla. Sabía que ella no podría afrontar que yo también estuviese destrozada, sabía que ella no podría con mis problemas mentales de ese momento, así que decidí parecer fuerte. La dejé llorar en mi hombro, la dejé desahogarse conmigo, ser su amiga y confidente, la deje pensar que yo era dura como una piedra, madura como pocas. Quizá eso me ayudó pero creé un sentimiento de mentira, sentía que la engañaba, que dentro de mí había dos personalidades, una madura, fuerte, espiritual y profunda, y por otro lado una niña triste, acomplejada, materialista, cobarde y muy débil. Dos caballos desbocados que tiraron de mí y que me ha costado mucho domar.


Un invierno, sin más, una cañería se rompió y un chorro de agua inmenso comenzó a salir. Oía desde la ventana caer el agua potente, parecía escuchar las monedas tintineando en el suelo, era mediados de mes y ya estábamos en números rojos. No pude más, me planteé si estábamos intentando salvar un barco que se hundía sin remedio, si nos aferrábamos a una casa por miedo a no saber qué hacer fuera de ella. Y recuerdo perfectamente estar sentada en el salón, recuerdo el olor, la luz que había y lo que pensé. Quizá sea el momento de vender esta casa, es demasiado para mi madre y su sueldo, es demasiado trabajo para una mujer y su hija. Las habitaciones cerradas e inútiles, las tuberías rompiéndose y los plomos saltando. Se lo dije y como siempre ella y su manera de ver las cosas me salvó. Me llenó de energía y entonces lo comprendí: esto es lo único que me queda, es lo único que me ha hecho sentir especial, mi casa y su jardín enorme, su piscina llena de alegría y calor de verano. Aquí nací y aquí tengo ganas de volver cuando estoy triste, es mi refugio, quizá un refugio frío, pero mi refugio. Siempre sentí una unión muy especial a esta casa. No, da igual que todo vaya mal, somos unas valientes, no podemos renunciar a nuestra forma de ver el mundo. Mi madre me enseñó a confiar en la vida. La arreglaremos como podamos, con cinta aislante en las tuberías, con velas cuando se vaya la luz, con ollas de agua caliente para poder ducharnos en Enero. Somos fuertes, esto nos hace fuertes. Es fácil confiar en el Universo cuando todo va bien, pero la prueba llega cuando todo es una auténtica mierda, cuando no puedes pagar la hipoteca, cuando tienes que estudiar llorando, cuando sientes que tu corta vida no tiene sentido, cuando te sientes la más inferior de todas tus compañeras. Es entonces cuando hay que agarrarse a los detalles, esos detalles que te salvan. Un sábado alquilando una película en el videoclub en vez de ir al cine, saboreando un puñadito de aceitunas con pepinillos como el lujo del mes, puede que sea poco en el momento, pero la sensación durará toda la vida.
Pues luchamos, contra viento y marea, sacrificamos cosas, aceptamos cargar con una serie de sensaciones que aún hoy me acompañan, pero lo conseguimos. Nuestra lucha obtuvo resultados y hoy os escribo desde esa casa, pero ya llena de vida, con todas las habitaciones en uso, con mis hijas jugando en el jardín, con mi Amo queriéndome en el dormitorio y con los albañiles arreglando el tejado. Esta es mi casa, así me lo hizo saber mi madre cuando se marchó, me dio las llaves porque su lucha aquí había terminado, la mantuvo porque sabía lo especial que era para mí.


Hoy, recordando todo esto, se me ha agarrado un nudo en la garganta. Ahora veo las cosas claras, creo que desde los 11 años hasta los 26 he cargado con una depresión que ha estado más o menos presente en estos años pero no la quería ver y de la que me costó mucho salir. Pero he podido por todo lo que confié, por pedirle al Universo, o a Dios o como queráis llamarle, que me mostrara el camino, por ser consciente de que así no se podía vivir. Y el Universo no me dio una poción mágica, solo dijo que tenía que esforzarme y enfrentarme a los demonios más oscuros, pero no me dejó sola. Y hoy recojo los frutos de ese esfuerzo, estoy llena de optimismo y confianza, tengo todo lo que necesito y estoy dando los pasos para conseguir lo que ambiciono. Llevo unos días durmiendo en mi dormitorio recién reformado, he hecho el amor en él con un hombre maravilloso, por la mañana dos preciosas niñas se han metido en mi cama para remolonear juntas diez minutitos más. He mirado mi móvil y he visto las estrellitas de personas que leen lo que escribo y que me aceptan y que no dejan de decirme que les gusto. Tengo una lista de tareas por hacer de un trabajo que me encanta. Y al volver de llevar a mis hijas al cole he respirado profundo al lado de los tulipanes, huele a primavera y a recompensa.


Hace fresco en la calle, me ha dado gustito entrar en casa, está calentita.

viernes, 13 de marzo de 2015

De "La sirenita" a "O"

Este viernes por variar un poco no os traigo una entrada musical, os traigo una película, ponéos cómodos, voy haciendo las palomitas:


Historia de O completa en Español


Una niña de once años buscando en la caja de las VHS su película favorita.


Estaba sola y aburrida en casa, decidí ver una vez más La sirenita, era mi película favorita y la única de Disney que no tenía original, un amigo de mi padre que tenía un videoclub me la había grabado. La había visto tantas veces que la pegatina en la que estaba el título, escrito a mano con rotulador verde, había desaparecido. Buscaba enfadada en la caja de las cintas, refunfuñando el por qué mis padres no me habían comprado la original, tenía que estar buscando a ciegas en aquella caja de cartón entre un montón de cintas más. Cogí una, creyendo que sería esa, bueno, todas eran negras y parecidas, pero algo me dijo que era esa. La metí en el vídeo, y en la pantalla no apareció la sirenita. Había una pareja en un coche, era una película un poco antigua, daba la impresión de que la imagen estaba un poco en nebulosa, como en un sueño. Él, un joven extraño, miraba a la chica con unos grandes ojos claros. Ella, una mujer preciosa, con el pelo demasiado voluminoso para mi gusto, pero una cara muy bonita, una belleza de las que me gustaban. Normalmente hubiese sacado la cinta para seguir en mi búsqueda de La sirenita, pero decidí ver un poco más. El hombre dijo algo, y la chica se quitó las braguitas, La sirenita pasó a un muy segundo plano. Comencé a ver esa película, esa película que sería la clave de todo. No la vi seguida, iba pasando hacía delante, hasta las escenas en las que había sexo o azotes. La que más me gustó que ese día, y el resto de mi vida, reboniné una y otra vez era la de O a cuatro patas, solo se veía su cara, pero detrás se sabía había un hombre, que al penetrarla hacía que ella hiciese un movimiento brusco, a medias entre el dolor y el placer. Yo, tumbada en el sillón, bocabajo, lo más pegada posible a la tele. Notaba un hormigueo entre mis piernas, no era nuevo para mí, desde que tenía recuerdo lo había notado, jugando con mi vecina a cualquiera de nuestros juegos secretos, aunque en esas ocasiones era un hormigueo suave, bueno, fue un poco más intenso el día que jugué con los hijos de unos amigos de mis padres. Yo tenía siete años, ellos eran dos hermanos un poco mayores que yo, para mí eran muy guapos, y nos dijeron de jugar a los prisioneros. Recuerdo cómo me sacaron de la habitación, cada uno me cogía de un brazo y me llevaban a “su guarida”, imaginariamente me ataban y no me dejaban salir. Creo que es el mejor juego de mi infancia, el día que mejor me lo pasé. Ese día sí noté ese hormigueo un poco más intenso. Pero allí, en mi sofá azul, descubriendo la Historia de O, el hormigueo era casi insoportable. Me senté y crucé las piernas, clavaba mi talón en el chochito, por ver si aquello desaparecía, pero no. Miré a mi alrededor, qué podía hacer, necesitaba algo y no sabía qué, las caderas se me movían solas… A mi lado había un cojín, uno cuadrado, de rayas azules, a juego con el sillón. Lo cogí, me puse de rodillas con el cojín entre las piernas y me balanceé. Aún recuerdo las sensaciones, rebobinando una y otra vez la bienvenida de O a Roissy, y moviéndome, apretando todo mi cuerpo contra aquel cojín, cada vez más fuerte, el sudor cayéndome por el esfuerzo, y de repente lo sentí. Algo desconocido y muy intenso había ocurrido en mi cuerpo, no sabía lo que había sido pero mis músculos se tensaron y relajaron en un segundo. Me tumbé exhausta, con las rodillas temblonas y las braguitas mojadas. Estaba pletórica, una película había dado voz, imagen, nombre… a todas las sensaciones que había tenido desde pequeña, me había masturbado por primera vez y en consecuencia había tenido mi primer orgasmo.
Desde aquel día esa cinta me acompañó en casi todos mis orgasmos pero nunca la vi entera, hasta que muchos años después le confesé a mi novio mis anhelos y vimos la película juntos. Hasta ese momento solo iba de escena en escena, usando las imágenes de manera repetitiva. Y ahora, escribiendo esto, me he dado cuenta de que mi mente adoptó ese sistema como estímulo. Cuando me masturbo o fantaseo, no imagino una historia, sino que escojo un par de escenas que repito una y otra vez en mi cerebro hasta lograr correrme.
Sé que "Historia de O" es una película imprescindible para todo aquel que le guste el BDSM, en sí es una película muy especial, pero para mí lo es más. "O" me enseñó mi esencia, me descubrió lo que me pasaba, el por qué me había sentido siempre una niña rara. Fue la llave que abrió la puerta de mis deseos y, si ese día no la hubiese puesto por error, quizá hoy no os estaría hablando.
No sé si os ha surgido la duda, pero ¿Qué hacía esa película en mi casa? Es algo que me he preguntado siempre, quizá mi madre tenía esos deseos, o mi padre, o quizá ambos… Cuando le confesé a mi madre mi condición de sumisa lo primero que hice fue preguntarle por ello, le dije, que yo era como O, que esa cinta estaba en casa, que ella la había visto. Pero no, la había visto una vez, pero ni se acordaba, y no estaba disimulando: “No sé, creo que tu padre me dijo que la viésemos juntos, pero a mí no me hizo mucha gracia… Era de una chica que encerraban en un sitio o algo así ¿No?” Bueno, como todos habréis pensado, ya sé quién tenía esas inclinaciones en casa, dando fuerza a mis teorías… así que ya solo me queda coger fuerzas y confesárselo a mi padre ¿Qué dirá?¿Qué me confesará?... tantas preguntas me llenan de curiosidad. Descubrí "Historia de O" por curiosa, qué descubriré en esta ocasión... ¡Qué emocionante!