lunes, 27 de junio de 2016

El Hada, el Guerrero y el endometrio

Hay sentimientos y sensaciones que no se pueden explicar, son como un pálpito en el pecho… estoy cansada de no tener palabras para explicarlas así que se me ha ocurrido que voy a empezar a escribir un cuento por cada una de ellas. Un cuento mágico, como si fuese una historia que sucede a la vez que las sentimos e incluso como si las sensaciones y los pálpitos fuesen resultado de ellas… Hoy hace 12 años que empezamos esta aventura que es estar juntos, 12 años que en aquel banco de aquel parque nos besamos por primera vez. Jamás olvidaré el sabor a menta y el olor a mora, jamás olvidaré aquella sensación. Él ha sido la intuición más mágica y nítida que he tenido, por ello se merece ser la primera, por eso se merece este primer cuento:


Él era un hombre sencillo, un hombre fuerte, de sonrisa deslumbrante, tenía el poder atrapado en sus dientes y sus dedos. Era un jinete de pistolas en la cintura, de espuelas de pinchos afilados. Era un aventurero que decidió explorar, un aventurero incansable e inquebrantable, jamás se daba por vencido. Era un hombre justo, un hombre de tierno abrazo y firme espada, un estudioso, inteligente, callado. Con un guiño dejaba los corazones entregados… Pero sobretodo Él era un Guerrero, sin armadura, sin honores, pero valiente y bravo.


Ella era una palomita, una zorra como pocas, una gata salvaje y un poco rabiosa. Ella era una bailarina de burdel, era una cameladora, con solo enseñar el tobillo tenía cliente asegurado en su lecho. Ella era una princesa egipcia llena de enigmas y misterio, en sus manos la suavidad y en su voz la magia negra. Ella era una ninfa asustada, se defendía atacando, era un ser perdido en los templos de la represión y la tristeza. Ella lloraba cada noche antes de dormir sobre un lecho de hojas, los mares estaban hechos de sus lágrimas, el sonido del viento de su lamento.


Él viajó por los confines del mundo, Él se recorrió cada montaña, cada ciudad, cada poblado, Él no lo sabía pero la buscaba a Ella, esperaba encontrarla en alguno de sus largos e increíbles viajes. Luchaba con dragones, con ninjas, domesticó a un lobo salvaje y enorme, durmió al calor de una manada de leones, la hidra casi acaba con Él, pero no tenía más cabezas que Él empeño.


Ella lloraba y cantaba, Ella embaucaba a los campesinos, los enroscaba entre sus piernas, los atrapaba en su magia para siempre, jamás volvían a ser los mismos. Incluso dicen que alguno murió de fiebres, de inanición, que a alguno vieron marchar de la mano del demonio por propia voluntad. Ella tenía la verdad del mundo atrapada en su coño... eso acababa con sus amantes.


Él estaba caminando, silvando despreocupado, tarareando alguna canción de las que se almacenaban en su mente y lo acompañaban en cada paso. Algo llamó su atención, era una mujer, en un campo recién segado, una mujer desnuda recostada entre las balas de paja. Sí, era Ella, corrió a su lado. Mientras corría iba desnudándose: la espada manchada de sangre de dragón le sobraba, la pistola que acabó con el monstruo de aquella cueva le estorbaba, el machete con el que se abría paso entre las hojas le pesaba, la ropa sucia llena de recuerdos se le antojaba lija sobre la piel… Y acabó desnudo, corriendo por el campo hasta Ella.


Cuando la chica abrió los ojos solo vio una silueta masculina con el sol detrás, sin inmutarse puso el brazo en la cara para evitar deslumbrarse, y separó las piernas para dejarlo entrar…


Sin saberlo se adentró en la mayor aventura jamás contada, puso Su polla a la entrada del jugoso órgano femenino y se abrió paso a través del frondoso y rubio bosque de su vello púbico, estaba lleno de magia, en cada rincón, tras cada árbol había un susurro, un susurro que le contaba la vida de aquella extraña hada que lo recibía con los ojos vacíos y tristes. Y, aunque algunas de esas palabras lo asustaron como no lo había hecho la más fiera de las bestias, siguió adelante y llegó a la orilla de sus labios superiores y al mar de sus labios inferiores, llegó a la humedad de las caracolas, a la brisa marina de su carne, al agua tibia de aquella sirena afónica. Y, aunque el mar se le antojó el más oscuro y profundo de todos los que había visitado, continuó sin vacilar. Arribó a la cueva de su vagina, una cueva pequeña y estrecha, una cueva cálida pero de apariencia tenebrosa, las lágrimas la pintaron de rojo sangre, los desgarros la llenaron de cicatrices, aparecían fantasmas tras los rincones, pero el aire seguía siendo templado y acogedor, la ternura lo envolvía a pesar de todo, y podría haberse quedado allí, pero decidió ir más allá. Era un explorador y acababa de descubir su tesoro, acababa de descubrir todo un mundo oculto, una ciudad secreta, una Atlantis dentro de esa muchacha. Así que escaló por la estrechura del cuello del utero, ese puente que le apretaba y parecía encogerse para cerrarle el paso. Al conseguir cruzarlo admiró la cosa más bonita que sus ojos jamás habían visto, era un valle, amplio, hermoso, recubierto de mullida hierba, adornado con aromáticas flores. Admiró la belleza y decidió en décimas de segundo quedarse allí, anidar en aquel endometrio que parecía llevar toda la vida esperándolo. En cuanto lo hizo algo explotó, una magia, un orgasmo conjunto los llenó, les recorrió las venas, les tensó los músculos, les expandió el cerebro, se materializó en sus ojos al mirarse, se habían encontrado, el Hada y el Guerrero se habían encontrado…


La mora invadió el aire, sus narices. La menta sus bocas.


 

lunes, 20 de junio de 2016

Anoche, al fin, volví a llorar

Terminamos de ver una serie en el sillón, en Su sillón, estamos tumbados, Él me abraza por detrás “¿Qué piensas?” y las lágrimas empiezan a rodar, salen solas, el llanto me nace de un lugar lejano y profundo, un lugar que hacía años no visitaba.


Lo recuerdo aquel Septiembre, aquel nuestro primer Septiembre. Estábamos tumbados en la cama de Su dormitorio, las lágrimas rodaron al igual que lo hicieron anoche… Él me miraba, era la primera vez que me veía llorar. Nunca he sentido a nadie de esa manera, nunca he visto unos brazos tan llenos de deseo por consolar. Me rodeaba y me estrechaba contra Su pecho, intentando protegerme de esa marea de lágrimas que me arañaban la cara, de ese quejido que solo sacan los buenos llantos… Muchos años pasaron después, vio muchos llantos saliendo de mi soberbia, de mi coraje, de mi capricho, muchos llantos que salían de una capa más superficial. Quién puede culparlo por haberse acostumbrado a mis lágrimas, quién puede culparlo de no sacar ese instinto de consuelo cada vez que me veía llorar, y es que yo no volví a llorar como aquel Septiembre, no volví a llorar de manera tan desgarradamente limpia, no volví a llorar con lágrimas tan profundas…


Pero anoche lloré, no quería llorar, ni siquiera estaba conscientemente triste. Pero las lágrimas salieron fáciles, acompañadas de ese quejido, otra vez ese quejido… La vida volvía a abrumarme, exponiéndome a grandes cosas que solo ella sabe que puedo enfrentar, que solo la puta vida sabe que puedo sobrellevar… y es que nadie me dijo que empezar a ser consciente de tu valor doliera, es que nadie me dijo que escuchar al fin lo bonito que tienen los demás para ti fuese fácil, nadie dijo que era duro, que era difícil empezar a vislumbrar tu magia, tu esencia… Los oídos pitan, el estómago da pequeños saltitos, el corazón quiere salir de ti, la cabeza te da mil vueltas… y lloras. Anoche lloré y Sus brazos volvieron a ser aquel cobijo, volví a sentir aquella primera ternura que brotaba de Su pecho. No podría haber consuelo mayor. No hacían falta más palabras, no hacían falta más personas, más besos, nada, Él, sólo Él. Y es que hace magia conmigo, Él no lo sabe, no es consciente de lo que me dice sin hablar. Anoche me consoló, me protegió, me dejó llorar libre, me dejó expresar mis angustias, mi miedo a que la vida que me espera me supere, mi miedo a no ser suficiente… Y mientras lloraba entre Sus brazos descubrí uno más de Sus secretos: Su pecho, Su abrazo, es capaz de transformarse en máquina del tiempo, es capaz de llevarme atrás, a mis 17,  en esa cama, en ese momento en que yo lloraba y Él ejercía por primera vez de Guardián, de mi duro y protector Guardián.


Anoche lloré y me sentí la persona más especial y querida del planeta...

lunes, 13 de junio de 2016

Lo echo de menos

Count On Me - Bruno Mars


Me levanto por la mañana y mientras me ato las zapatillas pienso en él, pienso en mi padre. Está de viaje, hace varios meses que no lo veo y lo echo de menos. Me sorprende este pensamiento, me transporta a la niñez, a las semanas más largas de mi vida, aquellas que pasó en Chile. No es que siempre estuviese en casa, no es que de repente lo echase de menos porque de estar mucho conmigo pasó a no estar, no, es solo que esas semanas fui consciente de que echaba de menos nuestra relación, el ratito de por la mañana cuando me llevaba al cole, tarde, siempre tarde, pero cantábamos las canciones en bucle como si las monjas no me fuesen a echar una regañina, echaba de menos esos pequeños momentos, no a mi padre como figura tópica, lo eché muchísimo de menos. Después hubo más viajes pero ya no lo eché de menos así, mi padre es feliz viajando y eso es algo que supe esas semanas, esas semanas supe que debía acostumbrarme a dejarlo libre, porque yo lo quería, porque yo lo quiero, y cuando de verdad amas a alguien lo aceptas como es y eres feliz con su felicidad, enjaular pájaros nunca me pareció de recibo. Luego llegaron los años malos, llegaron esos años en los que mi ego empezó a ganar las batallas, esa época en la que solo veía cómo se supone que deben ser las cosas, aunque en el fondo yo no quisiera que las cosas fuesen de otra manera. Respecto a mi padre comencé a echarle en cara que no me dedicara atención, que no se comportara como un padre “debe” hacerlo, lo hice sentir mal, y tampoco sé muy bien por qué, si yo no necesitaba un padre al uso, yo solo quería nuestra relación, como ha sido siempre: rara, esporádica y especial. Yo no quería un padre que te diga qué debes hacer, no quería un hombre que está en casa esperando a que vuelvas, que come cada día contigo y te pregunta qué tal te fue el día, juro que nunca necesité eso, de hecho en esa época oscura él intentó ser ese tipo de padre, intentó decirme cómo hacer las cosas, probablemente intentando llenar ese vacío que cada dos por tres yo le decía que tenía… pero yo no lo soportaba, en el fondo no quería un padre que se preocupara por si comía o no, si me vestía de una manera o de otra. En mi defensa diré que yo era una niña, con 12 años aun no eres capaz de plantarle cara a los convencionalismos, aún no eres capaz de diferenciar entre lo que te dicen los demás que quieres y lo que de verdad quieres. Ser hija de padres separados no es fácil pero, como suele pasar, no por lo que se suele pensar, yo no quería que mis padres estuviesen juntos, eso no me dolía, lo que me dolía era ver cómo las personas cambiaban porque tu situación había cambiado, cómo te miran con pena, cómo te vaticinan una vida de sufrimiento, cómo intentan aconsejarte, sobreprotegerte… en mi defensa diré que aunque nadie lo decía con palabras mi entorno respiraba un: qué mal lo ha hecho tu padre… y ahora pienso en aquello y me doy cuenta de que yo me rebelé contra eso, que mi mal genio, mis malas contestaciones, mi rabia era contra eso, no contra la separación de mis padres… Cuando pasó aquella época, que “casualmente” terminó cuando lo conocí a Él, dejamos que la relación fluyese, nos tirábamos meses sin hablar, pero no desde el enfado, sino desde el aceptar lo que te pide el cuerpo, a mí no me apetecía llamarlo y él a mí tampoco, pero siempre llegaba un momento en que nos necesitábamos, nos encontrábamos en un punto clave de nuestras vidas y nos ayudábamos… con mi padre he tenido las mejores conversaciones del mundo, porque en ellas he olvidado que es mi padre, y él que soy su hija. Hemos sido dos personas ayudándose, escuchándose, comprendiéndose.


 Sinceramente, sigo creyendo que quiero a mi padre más que nadie, porque no lo juzgo, porque le arranqué todas esas etiquetas que llevaba puestas desde que nació. Mi padre es un alma libre al igual que lo soy yo, y no necesitamos más que nos entiendan y nos dejen volar a nuestra manera.


Ahora lo sé, yo siempre he comprendido a mi padre, estábamos destinados a querernos de manera distinta, y hoy por hoy lo puedo decir más segura que nunca. Desde niña lo endiosé, y lo hice porque ya veía su magia, veía lo increíble y hermoso que es, el error que cometí es que, conforme fui creciendo y me volví más humana, lo quise atrapar, porque eso es lo que hacemos los humanos con las cosas hermosas, las queremos atrapar y quedárnoslas para nosotros, sin preguntar, aunque eso las destruya.


Lo peor es que la relación con mi padre la he llevado un poco en secreto, y aún lo hago… no conté a nadie los viajes a Almería, no conté a nadie lo mucho que me reí cuando le dio por cantar “En el mundo de los gatos, Isidoro es un gato…” de mil maneras distintas y en bucle… aprendí a hacerlo así para evitar el juicio de los demás, para evitar que me juzgaran por disfrutar con él a pesar de lo “mal padre” que estaba siendo. Y es que las personas lo queremos todo, no nos conformamos con lo que nos quieran dar, exigimos y exigimos… como una persona nos haga sentir bien durante un tiempo lo agarramos y lo presionamos para que nos haga sentir así constantemente, en vez de quedarnos con esos tesoritos que da la vida, en vez de saborear lo bueno que ya tuvimos… Recuerdo un día de playa con 14 años, habíamos ido a Málaga a recoger a unos extranjeros, en verdad era un viaje de trabajo, pero por la mañana estuvimos jugando en la playa, los dos solos. Teníamos una pelota, jugamos a quitárnosla o a algo así, no lo recuerdo bien… Pero fue una mañana genial, estaba feliz. Recuerdo el viaje de vuelta enfurruñada por culpa de mi cabeza: “Me da migajas””No quería estar conmigo, solo que tenía que estar””Soy una carga para él””Su trabajo está antes que yo””Me quiere un rato y luego se le olvida””Yo quiero que sea como esta mañana siempre”. No sé si veis lo dañino que era eso para ambos… a él lo culpaba y yo me privaba de ser feliz, de ser feliz por lo genial que había sido el día, aunque a la vuelta el coche estuviese lleno de extranjeros ¡Qué más daba!. Mi padre me ha dado grandes momentos, momentos que solo le he contado a Él, pues es el único que no me creería una idiota por quererlo incondicionalmente, porque nadie entiende.


Me abrocho los cordones de la zapatilla y me doy cuenta de que lo echo de menos, pero ese echar de menos tranquilo y sereno, ese “ojalá pueda verlo pronto”, porque al fin puedo decir tranquila que, para mí, es el mejor padre del mundo… Me llevaba por las rocas de la playa a buscar charquitos para ver las anémonas, cogerme un cangrejito y que me correteara en la mano antes de volver a lanzarse al agua, mi padre me llevaba a Madrid y me dejaba elegir qué visitar, aunque eso significase tirarnos horas en el Corte Inglés probándome ropa, o comprar vinilos en una tienducha de un parking subterráneo, mi padre me llevaba a buscar ovnis, mi padre escucha mis sueños y, por muy de “Antoñita la fantástica” que parezcan, los hace suyos y me dice que los conseguiré, porque los dos somos unos soñadores que sueñan alto...  Mi padre es el mejor padre del mundo y merece saberlo.


 Y es que otro de los motivos que lo hacen ser el mejor padre del mundo es que sé con seguridad que va a leer esto con las mismas ganas y amor que lee todo lo que escribo.


Te quiero mucho papá

lunes, 6 de junio de 2016

Ramera

Cuando salía el sol, en esas decimas de segundo en que abría los ojos y veía los rayos anaranjados del amanecer el mundo no era mundo.


En ese ratito maravilloso la luz entraba tan fuerte por su ventana que no dejaba pasar la pestilencia de las calles, el orín y los deshechos mezclados con el olor a perro muerto. En esas décimas de segundo olvidaba que le faltaban algunos dientes por la malnutrición, y por alguna paliza también. En esas décimas de segundo olvidaba los harapos a los que llamaba ropa, olvidaba que existían ratas y enfermedad, olvidaba que el pelo ya canoso se le caía a puñados, olvidaba su vientre vacío y estéril, olvidaba los pellejos que colgaban donde debía haber tetas, esas tetas que tanto orgullo le causaban en su juventud, esas que creía que amamantarían a una docena de hijos rubios y sonrosados, esas tetas que emanarían leche como para alimentar a un ejército, esas tetas que no fueron capaces de sanar a su amado soldado, esas que solo sirvieron para arrullarlo en su lecho de muerte, esas tetas que empezaron a secarse aquel maldito día. Pero cuando el sol bañaba el cuartucho olvidaba todo eso, olvidaba esos huesos mal soldados que le hacía cojear un poco, olvidaba el ardor entre sus piernas, olvidaba la interminable lista de vergas que habían entrado en ella, olvidaba las palabras soeces y humillaciones a las que la habían sometido, olvidaba el olor a semen rancio que emanaba de su colchón, olvidaba el aliento pestilente de esos hombres, olvidaba el mareo de la cerveza, esa que tomaba para aliviar el dolor mientras la sodomizaban, aunque su culo desgarrado ya apenas sentía, ni siquiera cuando vaciaba su vientre en las letrinas. Su vida dolía, dolía mucho, pero en esas décimas de segundo en las que empezaba a salir del mundo de los sueños hacia el mundo de lo terrenal, en ese breve espacio de tiempo era capaz de sentir magia, esa magia que le decía que nada importaba… ni sus sueños, ni sus miserias, que eso no era ella, que ella era grande y hermosa, que ella era mucho más de lo que la carne la hacía ser, y sonreía sin sentir el hueco de las mellas, sin sentir el vacío de su corazón, el vacío de haber perdido el amor, de haberlo sentido en un espacio tan breve, el vacío que crea ver partir a tu soldado. Pero en ese momento en que sonreía, en ese, todos sus huecos se rellenaban, el sol llenaba todos sus vacíos, y sentía sus dientes como una hilera de perlas blancas, sentía su vientre preñado, sentía a su hijo jugueteando en sus entrañas, sentía sus pechos tersos y rebosantes. Y sentía a su soldado, lo sentía manoseándole las tetas, lo sentía entrando y saliendo entre sus piernas jugosas y sanas, lo sentía acariciando su pelo, lo sentía susurrándole al oído que esas décimas de segundo eran las únicas que valían, lo único real, era lo único. Que esas décimas de segundo eran la vida, eran la magia…


Pero entonces el sol terminaba de salir, ella terminaba de despertar y eso se desvanecía, sus pechos volvían a estar secos, su vientre volvía a estar vacío, su entrepierna infectada, su corazón roto y su mente volvía a ser humana y miserable. Pero no le importaba, volvería a amanecer, el sol volvería para hacerle olvidar por un segundo que en la puerta de aquel edificio había colgado un ramo, su soldado volvería con esos susurros que le hacían olvidar que ella era una ramera.