Hay sentimientos y sensaciones que no se pueden explicar, son como un pálpito en el pecho… estoy cansada de no tener palabras para explicarlas así que se me ha ocurrido que voy a empezar a escribir un cuento por cada una de ellas. Un cuento mágico, como si fuese una historia que sucede a la vez que las sentimos e incluso como si las sensaciones y los pálpitos fuesen resultado de ellas… Hoy hace 12 años que empezamos esta aventura que es estar juntos, 12 años que en aquel banco de aquel parque nos besamos por primera vez. Jamás olvidaré el sabor a menta y el olor a mora, jamás olvidaré aquella sensación. Él ha sido la intuición más mágica y nítida que he tenido, por ello se merece ser la primera, por eso se merece este primer cuento:
Él era un hombre sencillo, un hombre fuerte, de sonrisa deslumbrante, tenía el poder atrapado en sus dientes y sus dedos. Era un jinete de pistolas en la cintura, de espuelas de pinchos afilados. Era un aventurero que decidió explorar, un aventurero incansable e inquebrantable, jamás se daba por vencido. Era un hombre justo, un hombre de tierno abrazo y firme espada, un estudioso, inteligente, callado. Con un guiño dejaba los corazones entregados… Pero sobretodo Él era un Guerrero, sin armadura, sin honores, pero valiente y bravo.
Ella era una palomita, una zorra como pocas, una gata salvaje y un poco rabiosa. Ella era una bailarina de burdel, era una cameladora, con solo enseñar el tobillo tenía cliente asegurado en su lecho. Ella era una princesa egipcia llena de enigmas y misterio, en sus manos la suavidad y en su voz la magia negra. Ella era una ninfa asustada, se defendía atacando, era un ser perdido en los templos de la represión y la tristeza. Ella lloraba cada noche antes de dormir sobre un lecho de hojas, los mares estaban hechos de sus lágrimas, el sonido del viento de su lamento.
Él viajó por los confines del mundo, Él se recorrió cada montaña, cada ciudad, cada poblado, Él no lo sabía pero la buscaba a Ella, esperaba encontrarla en alguno de sus largos e increíbles viajes. Luchaba con dragones, con ninjas, domesticó a un lobo salvaje y enorme, durmió al calor de una manada de leones, la hidra casi acaba con Él, pero no tenía más cabezas que Él empeño.
Ella lloraba y cantaba, Ella embaucaba a los campesinos, los enroscaba entre sus piernas, los atrapaba en su magia para siempre, jamás volvían a ser los mismos. Incluso dicen que alguno murió de fiebres, de inanición, que a alguno vieron marchar de la mano del demonio por propia voluntad. Ella tenía la verdad del mundo atrapada en su coño... eso acababa con sus amantes.
Él estaba caminando, silvando despreocupado, tarareando alguna canción de las que se almacenaban en su mente y lo acompañaban en cada paso. Algo llamó su atención, era una mujer, en un campo recién segado, una mujer desnuda recostada entre las balas de paja. Sí, era Ella, corrió a su lado. Mientras corría iba desnudándose: la espada manchada de sangre de dragón le sobraba, la pistola que acabó con el monstruo de aquella cueva le estorbaba, el machete con el que se abría paso entre las hojas le pesaba, la ropa sucia llena de recuerdos se le antojaba lija sobre la piel… Y acabó desnudo, corriendo por el campo hasta Ella.
Cuando la chica abrió los ojos solo vio una silueta masculina con el sol detrás, sin inmutarse puso el brazo en la cara para evitar deslumbrarse, y separó las piernas para dejarlo entrar…
Sin saberlo se adentró en la mayor aventura jamás contada, puso Su polla a la entrada del jugoso órgano femenino y se abrió paso a través del frondoso y rubio bosque de su vello púbico, estaba lleno de magia, en cada rincón, tras cada árbol había un susurro, un susurro que le contaba la vida de aquella extraña hada que lo recibía con los ojos vacíos y tristes. Y, aunque algunas de esas palabras lo asustaron como no lo había hecho la más fiera de las bestias, siguió adelante y llegó a la orilla de sus labios superiores y al mar de sus labios inferiores, llegó a la humedad de las caracolas, a la brisa marina de su carne, al agua tibia de aquella sirena afónica. Y, aunque el mar se le antojó el más oscuro y profundo de todos los que había visitado, continuó sin vacilar. Arribó a la cueva de su vagina, una cueva pequeña y estrecha, una cueva cálida pero de apariencia tenebrosa, las lágrimas la pintaron de rojo sangre, los desgarros la llenaron de cicatrices, aparecían fantasmas tras los rincones, pero el aire seguía siendo templado y acogedor, la ternura lo envolvía a pesar de todo, y podría haberse quedado allí, pero decidió ir más allá. Era un explorador y acababa de descubir su tesoro, acababa de descubrir todo un mundo oculto, una ciudad secreta, una Atlantis dentro de esa muchacha. Así que escaló por la estrechura del cuello del utero, ese puente que le apretaba y parecía encogerse para cerrarle el paso. Al conseguir cruzarlo admiró la cosa más bonita que sus ojos jamás habían visto, era un valle, amplio, hermoso, recubierto de mullida hierba, adornado con aromáticas flores. Admiró la belleza y decidió en décimas de segundo quedarse allí, anidar en aquel endometrio que parecía llevar toda la vida esperándolo. En cuanto lo hizo algo explotó, una magia, un orgasmo conjunto los llenó, les recorrió las venas, les tensó los músculos, les expandió el cerebro, se materializó en sus ojos al mirarse, se habían encontrado, el Hada y el Guerrero se habían encontrado…
La mora invadió el aire, sus narices. La menta sus bocas.
Pelusilla, La magia de tus cuentos se ve divinamente acompañada por la magia de tu lenguaje descriptivo. Haces que se visualicen, que se recreen en forma tridimensional en la mente del lector. Que bien escribes.
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