lunes, 6 de junio de 2016

Ramera

Cuando salía el sol, en esas decimas de segundo en que abría los ojos y veía los rayos anaranjados del amanecer el mundo no era mundo.


En ese ratito maravilloso la luz entraba tan fuerte por su ventana que no dejaba pasar la pestilencia de las calles, el orín y los deshechos mezclados con el olor a perro muerto. En esas décimas de segundo olvidaba que le faltaban algunos dientes por la malnutrición, y por alguna paliza también. En esas décimas de segundo olvidaba los harapos a los que llamaba ropa, olvidaba que existían ratas y enfermedad, olvidaba que el pelo ya canoso se le caía a puñados, olvidaba su vientre vacío y estéril, olvidaba los pellejos que colgaban donde debía haber tetas, esas tetas que tanto orgullo le causaban en su juventud, esas que creía que amamantarían a una docena de hijos rubios y sonrosados, esas tetas que emanarían leche como para alimentar a un ejército, esas tetas que no fueron capaces de sanar a su amado soldado, esas que solo sirvieron para arrullarlo en su lecho de muerte, esas tetas que empezaron a secarse aquel maldito día. Pero cuando el sol bañaba el cuartucho olvidaba todo eso, olvidaba esos huesos mal soldados que le hacía cojear un poco, olvidaba el ardor entre sus piernas, olvidaba la interminable lista de vergas que habían entrado en ella, olvidaba las palabras soeces y humillaciones a las que la habían sometido, olvidaba el olor a semen rancio que emanaba de su colchón, olvidaba el aliento pestilente de esos hombres, olvidaba el mareo de la cerveza, esa que tomaba para aliviar el dolor mientras la sodomizaban, aunque su culo desgarrado ya apenas sentía, ni siquiera cuando vaciaba su vientre en las letrinas. Su vida dolía, dolía mucho, pero en esas décimas de segundo en las que empezaba a salir del mundo de los sueños hacia el mundo de lo terrenal, en ese breve espacio de tiempo era capaz de sentir magia, esa magia que le decía que nada importaba… ni sus sueños, ni sus miserias, que eso no era ella, que ella era grande y hermosa, que ella era mucho más de lo que la carne la hacía ser, y sonreía sin sentir el hueco de las mellas, sin sentir el vacío de su corazón, el vacío de haber perdido el amor, de haberlo sentido en un espacio tan breve, el vacío que crea ver partir a tu soldado. Pero en ese momento en que sonreía, en ese, todos sus huecos se rellenaban, el sol llenaba todos sus vacíos, y sentía sus dientes como una hilera de perlas blancas, sentía su vientre preñado, sentía a su hijo jugueteando en sus entrañas, sentía sus pechos tersos y rebosantes. Y sentía a su soldado, lo sentía manoseándole las tetas, lo sentía entrando y saliendo entre sus piernas jugosas y sanas, lo sentía acariciando su pelo, lo sentía susurrándole al oído que esas décimas de segundo eran las únicas que valían, lo único real, era lo único. Que esas décimas de segundo eran la vida, eran la magia…


Pero entonces el sol terminaba de salir, ella terminaba de despertar y eso se desvanecía, sus pechos volvían a estar secos, su vientre volvía a estar vacío, su entrepierna infectada, su corazón roto y su mente volvía a ser humana y miserable. Pero no le importaba, volvería a amanecer, el sol volvería para hacerle olvidar por un segundo que en la puerta de aquel edificio había colgado un ramo, su soldado volvería con esos susurros que le hacían olvidar que ella era una ramera.

1 comentario:

  1. Terroríficamente precioso, te felicito, muy bueno de verdad👌🏻

    ResponderEliminar