miércoles, 14 de agosto de 2019

Mamá, ¿Y si ya no quiero ser sumisa?


Hoy me apetece volver a hablar de mi madre, por favor, no la imaginéis como una señora normal, es una mujer increíble, un corazón hippie que lucha por romper los condicionamientos clásicos en los que creció, con sus cosas como todos, pero con una incansable voluntad de búsqueda y superación. Me apetece hablar de ella por varios motivos, el primero porque a veces damos por seguro que una persona va a estar ahí y de repente, un día cualquiera, te ves enfrentándote al vértigo del peligro, ese que te dice que puede que esa persona se vaya antes de lo que creías. El día que me enfrenté a que si mi madre moría yo me quedaría sola en muchos sentidos fue uno de los días más duros de mi vida, lo bueno es que uno de los motivos por los que me quedaría sola es que no he conocido a nadie que entienda la vida como ella, cosa que me ha transmitido, así que acto seguido saqué la fuerza para vivir a su lado lo que fuese que tuviese que ocurrir y también para fortalecerme, crecer en mi individualidad y dejar de ser dependiente de algunas personas por mucho que las quiera. Todo esto fue estando yo embarazada de tres meses, pasamos el embarazo luchando cada una a nuestra manera porque la vida venciese. Yo lo conseguí el 9 de Marzo cuando nació nuestra pequeña “V” y una semana después mi madre también lo lograba… le confirmaban que estaba limpia, había obrado el milagro por segunda vez (en este post os contaba la primera). No dejo de decir que estos últimos meses han sido los mas intensos de mi vida, supongo que os haréis una idea de que no exagero si os cuento que esto es solo una de las circunstancias que han ido surgiendo, pero creedme también si os aclaro que están siendo los meses más bonitos también, incluyéndolo todo. Es la primera vez que hablo de esto abiertamente ya que decidimos vivir (que no sufrir) en intimidad todo el proceso, no olvidemos que ella ya había vivido todo esto una vez y podía enmendar esos “si yo hubiese sido de otra manera hubiese hecho las cosas de tal o cual forma” y así ha sido, nos hemos ahorrado tanto paternalismo gratuito, tanta lástima inútil, tanta incomprensión… la gente hasta se molesta cuando ve que te tomas bien una enfermedad y hasta eres capaz de disfrutarla, de aprender de ella. Menudo entrenamiento de “Aquí y ahora” llevamos… Pero no era hablar de esto el objetivo de este post, quería contaros una “anécdota” que ha sido crucial en mi vida y mi relación en la que ella tiene mucho que ver y que me ha enseñado un poco más a cerca del amor de una madre.
En este post os conté cómo le dije a mi madre qué tipo de relación tenemos. De eso hace ya muchos años y ella y yo no hemos vuelto a hablar del tema de forma explícita. Al principio sí que me comentaba alguna preocupación, recuerdo un verano en el que Él me mordió en el brazo y me salieron unos morados, no fue nada alarmante pero es mi madre y de ella he sacado mi capacidad de observación. Ahí me di cuenta de que por mucho que aceptase nuestra forma de llevar la relación hay cosas que es mejor mantener ocultas, es mi madre y no nos cuesta nada tener un poco más de ojo en esas cosas evitando preocupaciones sin sentido. No olvidemos que la imaginación es peor que la realidad, ella veía unos morados en mi brazo y se imaginaría algo oscuro y esperpéntico, seguro que no nos imaginaba en el sofá viendo una serie y a mí provocándole poniéndole el brazo en la boca, un juego tonto y aislado como ocurrió en realidad. Mi sensación todo este tiempo con ella era que lo aceptaba porque confía en mí y sobretodo confía en Él, pero que no era de su gusto nuestra relación, que no le gustaba saber de mi parte sumisa ya que ella siempre me ha apoyado en mi proceso de sacar mi fortaleza… y por su propio proceso de vida luchando contra la "sumisión cotidiana" por así decirlo.

Todo esto me lleva a hace unos cinco meses cuando nació nuestra tercera hija. Se juntaron tantas cosas… Él estaba estudiando para un examen de promoción interna muy importante para todos por lo que estaba en casa pero encerrado estudiando. Por otro lado dos hijas mayores intentando procesar todos los cambios que estaban ocurriendo, un bebé recién nacido que requería toda mi atención y un postparto bastante duro a nivel emocional y físico ya que llegué al parto con mucha anemia. En esos momentos duros en realidad es cuando más debes aprovechar para evaluarte, para enfrentarte a tus debilidades… Yo me di cuenta de que era demasiado dependiente, por pura comodidad me había repetido mil veces que yo sola no podría. La enfermedad de mi madre me había abierto una puerta de miedos ¿Y si a Él le pasase algo? Qué iba a hacer yo sola con tres niñas… Sabía que esto no era más que el desajuste hormonal dando por saco, pero lo que ocultaba era mi intento de evadir la certeza de que soy fuerte. Cuando piensas que más duro no puede ser Él acabó en la cama sin poder moverse con unos mareos terribles. No me quedó más remedio que callar a mi mente demostrándome que vaya si sola podía.
Cuando descubres una debilidad pones todo tu esfuerzo en acabar con ella, de repente me vi siendo tremendamente independiente, no teníamos tiempo para nosotros y poco a poco nos fuimos alejando. No lo digo como si hubiésemos hecho algo mal y esa fuese la consecuencia, sencillamente era lo que tocaba, centrarnos en tirar del carro, cuidar cada uno de su salud mientras cuidábamos al otro y a nuestras tres hijas mientras por un lado Él estudiaba de forma intensiva por el bien de la familia y yo replanteaba mi futuro buscando el mismo bien, todo esto en un momento de tormenta emocional…  Creo que fui yo, la verdad, creo que para poder sobrellevarlo todo me desconecté de Él, de quiénes éramos, de nuestro lugar en la vida del otro, me desconecté de lo mucho que lo amo porque tenía mucho miedo y estaba empeñada en demostrar que si Él faltaba yo sola podría con todo, que no me dolería tanto… creo que son mecanismos de defensa para “momentos de emergencia”. Llegó un punto, en realidad solo fueron dos o tres días, en los que yo vivía mientras Él estaba en cama, sacaba todo adelante y cuando llegaba la noche, el único momento para poder estar juntos me dormía sin siquiera tocarlo. Le daba besos fríos y prácticamente no hablamos. Se me coge un nudo en la garganta al hablar de esto, no fue nada fácil y más si me pongo en su lugar, estando tan mal como estaba, sabiendo que no podía hacer nada por ayudar más que reposar e intentar curarse y viendo como yo me alejaba… Una mañana yo estaba de recogiendo ropa o algo así a los pies de la cama y Él me miraba tumbado en ella, estábamos comentando algo de la situación y de repente me hizo una pregunta clara, concisa y dura: ¿Es que ya no quieres ser mía?. Los que me leeis de mucho tiempo seguro que hubieseis apostado por un “Claro que quiero seguir siendo Suya, Amo” inmediato, pero no fue así, ya no era la misma y había descubierto una Ángela mucho más libre y fuerte, tenía miedo a perderla si volvía a someterme a Él. “No lo sé, sé que soy muy feliz siendo Suya, pero me da miedo perder esta fuerza que he descubierto en mí si lo soy” Ahora con la perspectiva veo lo cagada que estaba, hablaba mi miedo, mi comodidad, es mucho más fácil matar una parte de ti que seguir luchando por compaginar todas tus partes. Justo en ese momento llegó mi madre a casa y dejamos la conversación. Bajé con ella y por supuesto se dio cuenta de que algo me pasaba… Le comenté mi problema, todo lo que sentía, confieso que lo hice creyendo firmemente que utilizaría mis dudas y miedos como una oportunidad de “sacarme” de la sumisión, como si ella hubiese aguardado pacientemente algún momento de debilidad para decirme lo equivocada que estaba… por no variar me equivoqué. “Ángela, te conozco bien. Te conocí cuando no aceptabas esa parte de ti y te he conocido cuando sí, no dejes que el agotamiento y los miedos te confundan. Eres de las personas más especiales que existen, muchos me dan la razón. Qué te hace tan especial, por qué gusta tanto estar contigo, hablar, por qué es fácil abrirse a ti y la gente te busca en sus momentos más difíciles, por qué desprendes esa energía… uno de los grandes motivos es tu peculiaridad, tus contrastes, eres de las personas que más claramente distingue sus partes y lucha por darle cabida a todas. Claro que es más fácil dejar partes de ti en el camino, pero ¿Serías feliz? Entiendo que estés cansada de buscar el equilibrio interno, pero una de las cosas que te hace única es ese empeño que tienes desde niña, precisamente. Así que sigue siendo valiente e intenta mantener tu fuerza sin perder lo que te hace feliz con Carlos” Quizá las palabras no digan tanto como lo que significaron para mí en ese momento, pero a mí me hacen llorar al recordarlas, sobretodo por lo inesperado, por lo inverosímil y porque sentí a la vida hablando a través de mi madre. Desde entonces soy muchísimo más consciente de mi suerte…
Cuando mi madre se fue subí a la cama a verlo, le pedí perdón y le dije que sí quería seguir siendo Suya, que aceptaba el reto de meter en la ecuación a esa nueva Ángela que había surgido, aceptaba el reto de recuperarnos y ver qué cosas nuevas surgían. Porque algo que también he aprendido es a aceptar que lo maravilloso es que todo está en contínuo cambio, que no podemos volver a ser los que éramos y eso no significa nada malo, al revés… ya os contaré en otra entrada, pero estoy descubriendo que podía disfrutar muchísimo más de la sumisión, de nuestra relación, de la vida en general gracias a esa libertad que hallé en esos momentos tan difíciles… No es que se pudiese compaginar, es que ha servido para engrandecer.
Así que ella no lo leerá porque prefiere no ver evidencias, pero puede mosquearme de mil maneras que jamás olvidaré lo maravilloso que es tenerla como madre. Es todo un ejemplo para mí ver cómo ignora los aspectos superficiales de lo que somos y nos ve, nos acepta y nos quiere a Él y a mí, tal y 
como somos.

P.D.: Perdonad si ahora las entradas aparecen más descuidadas, aprovecho momentos como puedo para escribir, ya sabéis... meses intensos jaja

lunes, 29 de julio de 2019

Fantasía (retomando poco a poco)


Propaganda - Muse
 

   Cuanto tiempo llevaba deseando verte en un lugar así, te haces pequeña, vulnerable, las paredes parecen abrumarte, te miro y eres la misma pero de repente me parece que pierdes algo de humana para convertirte en un animalillo a mi merced, yo parezco perder algo de humano para convertirme en depredador deseando verte atrapada, gimiendo, lloriqueando, suplicando…

    Me miras asustada, sin saber qué esperar ¿Miedo? ¿Vergüenza? ¿Deseo? De todo un poco. Cojo las muñequeras me encanta el tintineo que hacen mientras rodean tus finas muñecas. Te agarro de la nuca y te doy un beso apretado, intenso, te muerdo el labio para un segundo después darte la vuelta y ponerte de cara a esa cruz, te aprieto contra ella con mi cuerpo, notas el frio cuero y gimes… te ato a ella, te agarro fuerte del pelo para tirar y dejar tu cuello expuesto a mis bocados. Poco a poco subo a lamerte la oreja, sé que es más fácil hacerte llorar haciéndote cosquillas que azotándote, sé que la desesperación recorre tu cuerpo, que la rendición asoma en tus ojos solo con ese gesto. Estás desnuda y recorro tu espalda con mi mano, la paso hacia tu vientre y lo atraigo hacia mí, quiero verte con las manos en alto y tu culo un poco salido para recibir todos los golpes que tengo para ti. Me dirijo hacia la pared de las fustas y las correas, le he echado el ojo a una pala gruesa de madera desde que hemos llegado, estoy deseando probarla en tu piel, escuchar cómo suena en tu nalga y qué quejido provoca en tu boca. La cojo, la restriego en tu culo, noto la mirada de los allí presentes ¿Crees que tendrán más ganas que yo de ver cómo te retuerces? Lo dudo. Me recreo, no quiero que sepas cuándo caerá el primer golpe… cuando no puedo resistirlo más suelto uno rápido dejando la pala pegada a tu piel unos segundos antes de retirarla para asestar el segundo. Qué adorables son tus gemidos, aprendiste bien a quejarte, sabes cómo transformar un grito en un lamento excitante, sabes lo cachondo que me pone y no dudas en hacerlo. Sigo azotándote, levantas un poco la pierna como si eso aliviase algo el dolor, que tonta eres, no tienes opción ni escapatoria, voy a hacer lo que desee contigo delante de todas estas personas… “Dame las gracias cada vez que te azote” “Gracias Amo” te azoto, “Más fuerte perra, que te oigan bien todos” sé la vergüenza que te da, sé lo humillada que te sientes al tener que mostrar tu voz quebrada a todos, te conozco y sé que la desnudez no te supone esfuerzo pero que te escuchen te pone de los nervios, si te diese un minuto de libertad te revolverías hacia mí, lo sé y eso me hace sentir poderoso, te enfado y me encanta. Te agarro la cara, te la aprieto “¿Te enfado perra? ¿Te gustaría atacarme por ponerte en esta situación, por dejar que todos escuchen cómo agradeces que te haga daño?” No contestas pero tu mirada está encendida de ira. “Vaya, parece que tenemos aquí a un animalillo salvaje que domesticar” te digo mientras te doy azotes seguidos sin dejar de mirarte a los ojos, sin soltarte la cara con la otra mano, qué bonito ver como tu gesto torna al sufrimiento, estás en mis manos y todos lo saben. Me alejo para coger una fusta y al volverme lo percibo, en el suelo empiezan a caer unas gotitas blanquecinas, tus tetas están chorreando leche “Qué puta eres, sabes que no puedo resistirme a eso, parece que lo has hecho a propósito para que tenga que dejar de azotarte y te folle”. Tiro la fusta al suelo, me acerco a ti, te suelto las muñecas para volver a atarte pero esta vez de cara a mí. Me desabrocho el pantalón, te agarro del culo, lo tienes ardiendo, tú me abrazas la cintura con tus piernas y te meto a polla hasta el fondo delante de todo el mundo, aunque para mí ya solo existen tus brazos extendidos y tus tetas segregando leche, chorreando por tu barriga hasta perderse por tu vientre. Solo existen tus pezones, solo puedo centrarme en ver cómo sale con más fuerza al embestirte. 

    Qué espectáculo estaremos dando, somos una imagen hermosamente grotesca, quizá no volvamos a pisar este lugar así que mancillémoslo con nuestro sexo que mezcla dolor, placer y tetas lactant… “Amo, tenemos que irnos” tu voz me saca de mis pensamientos, esos que me atraparon frente a aquella pala de madera, quizá hoy no sea el día, hoy tenemos que irnos pronto, pero no me gusta quedarme con los deseos dentro, algún día volveremos y usaré esa cruz, usaré esa pala, te usaré a ti frente a todo el que esté allí presente, te lo prometo mi vida, te haré llorar delante de todos.


martes, 26 de febrero de 2019

El ritual, el deseo y la fertilidad


La estatua era una talla de piedra antigua y tosca, como la que creaban en la prehistoria a golpes. Representaba a una mujercilla con los pechos rebosantes y el vientre abultado. Una mujer embarazada. Los tres hombres se acercaron a ella como hipnotizados, no eran sus formas redondas, no era el material, era algo que no podían explicar pero se sentían irremediablemente atraídos por ella.
Comenzaron a tocarla, a saber cuántos años llevaba escondida en aquella cueva, cuántos miles de años se había pasado sin que nadie posase sus ojos en ella. Pero los hombres no podían pensar ahora en conservación, prudencia o moral, solo querían tocarla. Posaron sus manos en la fría piedra, acariciaron sus pechos con deseo, apretaban sus muslos como si fuesen carne, rozaban la barriga extasiados.
Los movimientos e intenciones se tornaron sexuales, sentían lujuria por una estatua inerte, querían poseerla allí mismo, que se volviese humana y cálida, que desprendiese olor, que tuviese sabor, que gimiese con sus roces, que les devolviera la mirada, que humedeciese sus dedos, deseaban poder acercar sus bocas a esos pezones erguidos y amamantarse durante horas, alimentarse de ella.
Qué extraño y superficial parecía todo aquello, ninguno dijo nada, solo querían estar allí con ella.
En algún momento lo carnal se volvió sagrado, no sabían por qué, y nunca lo averiguarían, pero hacían movimientos más propios del ritual que de la lujuria. Aquella estatua no tenía las medidas ni el estándar de lo que se consideraba bello en sus épocas, no había cintura de avispa, ni un vientre atractivo… era una mujer preñada, pero a ellos los tenía extasiados y atrapados en sus formas. No hablaban entre ellos hasta que alguno dijo lo hermosa que le parecía, a lo que otro contesto con un “Sí, es preciosa”, “Es una diosa” concluyó el tercero, dando sin querer con la clave de todo aquel extraño comportamiento.
Estaban ante la concreción de la magia, ante la fuerza de la creación, la fertilidad, la vida. Estaban extasiados por el poder de la luna y las mareas, el discurrir de lo invisible. Estaban ante el misterio del universo, una fuerza femenina capaz de entregarse para crear, dejarse invadir para dar paso a la vida, capaz de comprender que el poder está más en dar que en recibir.
Y allí estaba esa figura de mujer, quieta entre las manos de los tres hombres, esos que se creían poseedores de ella solo por tenerla ante ellos, por haberla descubierto, sin saber que ellos le pertenecían más a ella. No se estaban dando cuenta de lo profundo que ella les estaba llegando, que su deseo sexual venía de su instinto, de sus ancestros, que era una herencia antigua e histórica de cuando se veneraba y ritualizaba el poder femenino, no se estaban dando cuenta de lo hermosa que de repente les parecía la maternidad, no se percataban de toda la importancia que ellos le estaban dando, solo se dejaban llevar y en ese dejarse llevar estaban venerando algo que en aquella época ya no se veneraba.
Ojalá se hiciese carne se decían, ojalá nos devolviese la mirada y los abrazos, ojalá nos acurrucara y nos besase, ojalá pudiésemos derramarnos en ella.
Los hombres siguieron con su ritual inconsciente hasta que estuvieron agotados, cayeron dormidos a los pies de la diosa y tuvieron sueños extraños, sueños en los que los espíritus de sus ancestros les contaban sus verdades, su verdadera naturaleza.
Los tres la deseaban, cada una a su manera.
Solo uno despertó a media noche, solo uno se arrodilló ante la estatua y comenzó a rogar… Vuélvete humana, te lo ruego, hazte carne, necesito tus manos en mi rostro, vuélvete humana por favor, déjame tumbarme sobre tu pecho, déjame ser la semilla que germina en ti, déjame formar parte de esa magia extraña que emanas, vuélvete humana, un poco al menos. Yo te amo, te deseo y te quiero, no te lo voy a negar, déjame tenerte. Entrégate te lo suplico. Un poco humana, solo un poco, mantén la frialdad de la piedra en tu piel, yo te la calentaré, yo te arroparé pero déjame adentrarme en tus entrañas, que son las entrañas de la propia vida, de la tierra, de la naturaleza, sé mi diosa, déjame adorarte con todo mi cuerpo, déjame besarte y morderte. Haré todos los rituales que hagan falta.
El hombre estaba como extasiado, ido, poseído por algo, de rodillas pasaba sus manos una y otra vez por el abultado vientre de la estatua, hacía movimientos circulares y exagerados. Hazte humana por favor, deja que la sangre haga surcos por tu piedra, que riegue tus formas, te lo suplico. No sé salir de esta cueva sin ti, no puedo y no quiero exhibirte al mundo, cuántos comprenderían tu magia y tu profundidad como yo la estoy sintiendo. Por favor, hazte humana aunque sea solo un poco, rodéame con tus brazos, bésame la frente. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mientras caía rendido apoyando las manos en el frío suelo y agachando la cabeza… Lloró mientras sus compañeros aún dormían, aún soñaban. Lloró desde lo más profundo de él, angustiado por el milagro que pedía: luna, hazla humana, universo, vida, magia… hacédmela humana, dadme el privilegio de proteger todo eso que hay en ella, dadme el privilegio de saborear todo ese misterio que esconden sus curvas, hacedme digno de su fertilidad y belleza.
Las horas pasaron, la luz de la luna iba dando paso a los cálidos rayos de sol que se colaban entre las grietas de la cueva.
El hombre estaba exhausto, agotado… Tan abatido que tardó unos segundos en darse cuenta de que unas pequeñas y frías manos acariciaban su cabeza. Levantó la mirada y se encontró con una sonrisa suave y tierna, se encontró unos pechos rosados y un vientre abultado que ahora se movía.
Los cuatro salieron de aquella cueva, ella los amaba a todos y se sentía querida por todos pero solo uno había obrado el milagro, solo en uno vio la magia complementaria que necesitaba para encarnar, para dejar de ser una fría estatua y comenzar a vivir.