lunes, 9 de marzo de 2015

Mi nueva vida (2ªparte)

Y vamos con la conclusión de la que hablé en mi anterior entrada y que tanto me ha costado asimilar o admitir. Para poneros sobre el terreno os contaré que un comentario de El Rincón de Pelusilla, comenzaba diciendo que admiraba mi labor como esclava. Era con toda la buena intención del mundo, me lo decía como algo muy bueno, pero en mí algo se removió, ¿Esclava? Yo no era esclava, no quería serlo. No me creeréis si os digo que en todos estos años en el BDSM ni me había parado a leer lo que implicaba ser esclava, a ver, lo sabía, pero no me atraía, al revés lo rechazaba, no sé explicar el por qué. Yo siempre seré sumisa, me decía, las sumisas tienen una parte de elección, algo de poder albergan, lo veía más como de princesita, y tened en cuenta que en mi interior seguía siendo una princesita malcriada. Así que ese comentario me rechinó. Me encanta analizarme, así que me pregunté por qué, por qué me había puesto nerviosa ese comentario hecho con toda la buena fe.
Para explicarlo mejor, saltaré a unos días después, cuando mi Amo y yo estábamos en este proceso que os relaté anteriormente, yo ya había decidido cruzar esa puerta hacia un mundo que me asustaba, lleno de nuevas normas y entrega. Él había cambiado, o quizá cómo lo veía yo. Estaba más serio, mucho más autoritario, seguía mostrándome Su cariño, pero observaba cada paso, sentía que mis lloriqueos o mis intentos de quitarle importancia a mis actos no servían como antes. Me recriminaba mi inmadurez y egoísmo. Fueron días muy duros, pero de los que aprendí muchísimo. Él me preguntaba si sentía algo malo hacía Él por esas cosas, y os juro que no, sentía que me ayudaba, sentía que le había tocado ese papel para ayudarme, ya que hay cosas que sólo aprendo por las malas. Una noche nos sentamos en el sillón, me preguntó que en qué pensaba, esa pregunta era una nueva norma que implicaba mi sinceridad más absoluta, claro que podía mentirle sobre mis pensamientos y Él no lo sabría, pero yo sí. “Amo, le doy vueltas a una pregunta: ¿Por qué no me gustó que me llamaran esclava?” era una pregunta a la que dentro de mí había dado respuesta, pero mi soberbia no me dejaba ver. Era tan sencilla que me molestaba: es cierto, me había convertido en esclava sin darme o sin querer darme cuenta. Lo era antes, pero los acontecimientos de esos días lo habían puesto de manifiesto, no podía estar sin Él, aunque eso significara no tener condiciones aunque, si observaba bien, nunca las tuve. Confiaba y confío tanto en Él que si algo le vale a mí también. Esa noche lloré, sentí que una parte de mí moría, y aunque esa parte me estuviera haciendo mal me daba pena. Él me acurrucó “No te agobies con los nombres, si no te gusta la palabra esclava no la usaremos, piensa que eres una esposa muy obediente y yo un marido cabroncete”. Para que me quedara más tranquila buscamos información en internet, las definiciones y ejemplos que encontrábamos no paraban de darle aún más fuerza a lo que acababa de aceptar. Ese día fue muy importante, a partir de ahí, vi las cosas de otra manera, le quité esa parte negativa que le había atribuido, sin argumento, al concepto de esclava. Ahora voy descubriendo nuevas sensaciones, mucho más intensas y me siento libre, qué ironía. Parece que necesito definirme para limpiar esos pensamientos y emociones que se me aturullan dentro.
Al fin con el concepto asimilado respiré tranquila, hice recuento de mis fantasías y anhelos infantiles, cuando nada me reprimía, cuando era más sencilla, y otra pieza de este puzle que soy encajó perfectamente: Nunca he deseado ser sumisa, yo siempre quise ser esclava.

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