miércoles, 12 de agosto de 2015

Otro pequeño gran paso (1ª parte)

Para empezar diré que hay veces que me he sentido un fraude como esclava. Creo en el equilibrio, creo que sin él nada funciona. En mi caso la emoción y el físico no están equilibrados. Emocionalmente soy fuerte, o al menos me es más fácil avanzar, no me menosprecio, sé que eso es difícil, pero a mí me atormenta ya que sé que ese es mi punto fuerte, qué merito tengo si sólo avanzo en lo que me es sencillo… Me habréis escuchado muchas veces decir que no soy masoquista, que sufro mucho con el dolor, pero no es eso, es que no lo asumo bien, lo rechazo, no lo quiero en mi cuerpo. Es cierto que en estos años he avanzado en este aspecto, Él me ha ido entrenando, ahora mi tolerancia al dolor es más alta. Esto es otra cosa que me parece curiosa, desde pequeña los médicos me han dicho que tengo una tolerancia a dolor muy alta, con 7 años me rompí la tibia y el peroné, yo estaba empeñada en que no era nada, para demostrarles a mis padres que solo era hinchazón por el golpe fui andando al baño apoyando los dos pies, pasé una noche con los dos huesos completamente fracturados, al día siguiente me llevaron al hospital, me los había encajado. Dos médicos tuvieron que agarrarme, uno de los hombros y otro del pie para tirar y volver a ponerlos en su sitio. Me advirtieron que dolería mucho, que podía gritar, que hasta los adultos lo hacían e incluso se desmayaban. Tiraron, apreté un poco lo labios y nada más. Claro que dolió, pero no me pareció suficiente como para gritar. Ejemplos como ese tengo varios, una matrona me dijo que siempre se acordará de mí por lo bien que llevé las contracciones del parto. Esto me torturaba, por qué si mi tolerancia en general es tan alta, me dan cuatro azotes y ya no puedo más, por qué ese dolor no lo asimilo igual, por qué no lo quiero.
El lunes volvimos de nuestra escapada a Madrid, siempre que voy vuelvo llorando, lo paso tan bien allí que me duele separarme de todo lo que esa ciudad significa para mí. Mi Amo conducía y me preguntaba que en qué pensaba, yo se lo decía, a pesar de saber lo mucho que se iba a enfadar. No por la pena de irme de Madrid, sino porque hace mucho que un pensamiento me atormenta, un pensamiento que lo estropea todo. Le dije que otra vez tenía ese pensamiento, lo noté en Su gesto y Su tono, si hubiera podido, hubiera parado el coche en mitad de la autovía y me hubiera reventado. Lo único que me dijo fue: “Eres una puta caprichosa, estoy harto de esa parte de ti. Pero no te preocupes que te voy a ayudar a que desaparezca, verás como esa Ángela caprichosa echa a correr y no vuelve más” temblé y me alivié. Toda la vida he notado esa dualidad en mí, una Ángela madura, razonable, feliz y consecuente y otra Ángela superficial, caprichosa, inconformista y exigente. Llevo 28 años luchando contra ella, le llevo mucho ganado, pero ya hay restos que no puedo, lo intento, pero sola no puedo, ya conoce mis métodos y es resistente a ellos. Pasamos el resto del viaje en silencio, 400 km dándole vueltas, notando Su decepción, notando Su enfado, fue el peor viaje de mi vida. Llegamos a casa de noche, descargamos el coche y subimos al dormitorio. Desnuda me ató manos y pies, me inmovilizó con el culo bien expuesto, me puso la mordaza. Sabía lo que me esperaba, sabía que cogería la rama y azotaría fuerte. El primer golpe llegó, la rama tiene varios nuditos que abren herida a la primera, es un dolor continuo, no es como el escozor de la fusta que se disipa un poco antes del siguiente golpe, la rama solo suma golpes y dolor. Otra vez ese pensamiento en mi cabeza “No quiero esto”, pero ¿Por qué sigo aquí entonces?, una parte profunda de mí pedía más castigo, quería que acallara a esa voz que pide sometimiento pero que solo quiere la parte bonita. Y sí, es que así soy en la vida, veo lo que quiero, aquello que me haría feliz, pero cuando la cosa se pone un poco dura quiero abandonar, solo quiero la parte fácil. Necesitaba sufrir y aguantar. De repente paró “Te voy a dar un descansito” me dio miedo, lo conozco bien, estaba demasiado enfadado para mostrar esa compasión repentina ¿Qué tendría pensado? Me soltó los pies, me enganchó la correa al collar y me llevó al jardín. Me ató a la columna, me tapó los ojos y me dejó sola, a oscuras, con la mordaza y las manos atadas. Al principio no me pareció nada muy malo, hacía una temperatura agradable, el silencio me calmaba, me pareció cien veces mejor que la rama. Pero los minutos pasaron, la mente comenzó a torturarme, los sonidos empezaron a no ser tan amigables, le daba una y mil vueltas a todo: ¿Por qué soy así?¿Qué me pasa?¿Por qué no soy capaz de dejarme llevar?¿Por qué no puedo controlar esa parte caprichosa?... El estómago se me revolvió, no quería estar más allí, no quería escuchar más a mi cabeza. No sé cuánto tiempo pasó, pero a mí me pareció una eternidad. De repente Su voz en mi oído, no había oído pasos ni ruido, Él había estado allí todo el rato, aunque yo me había creído sola. Me pareció una metáfora de la confianza preciosa, aunque yo no la había superado. Algunos de mis pensamientos eran de indefensión y abandono, ¿Qué pasaría si me pasa algo?¿Y si la saliva se me va por otro lado y me ahogo?¿Cómo me podría soltar para quitarme la mordaza?... No confié en que Él estaba controlando la situación, me sentí la peor esclava, sumisa, esposa, o lo que sea que soy, del mundo. Al oído me propuso una elección, una hora más allí o 10 azotes con la rama, pero azotes mucho más fuertes de lo que me los había dado hasta ahora. Aunque me pregunté que si los “más suaves” eran una tortura cómo serían estos, no dudé ni un segundo, no quería seguir allí, no quería pensar más, estoy harta de darle vueltas a todo, me sirve hasta cierto punto, pero hay cosas que necesitan terapias más contundentes. Me subió a la cama de nuevo, no me ató “Si en algún momento te arrepientes, me lo dices, paro y te llevo de nuevo a la columna”. El primer azote me cortó el alma, era un dolor horrible. Al segundo en mi interior rogaba clemencia, quería que se apiadara de mí y no me diera los 8 restantes, al tercero en mi interior suplicaba que no se apiadara, sabía que si lo hacía esa Ángela caprichosa no se iría, al revés, tomaría más fuerza. Al cuarto dejé de pensar, sólo lloraba y respiraba. Al décimo estaba exhausta, dolorida y muy agradecida. Me abrazó “No me gusta azotarte así ¿Crees que no me daban ganas de parar al ver las heridas que te hacía?¿Qué no me duele verte llorar así? Esto es duro también para mí, pero sé que lo necesitas”
En ese momento una necesidad de cambio se instauró en mí, Él me había hecho ver de nuevo mis debilidades y lo importante que es cambiarlas, no por Él sino por mí. Pienso en otras sumisas y esclavas y las veo vivir esto intensamente, dejándose llevar, y no es que yo no lo haga, pero aún hay, bueno, había una parte de mí, que no cedía el control del todo, no confiaba ciegamente.


Y este fue el preámbulo de un nuevo descubrimiento, de un nuevo pequeño gran paso. Esto fue lo que hizo que al día siguiente aceptara algo que soy pero que sin darme cuenta llevo toda la vida rechazando...

6 comentarios:

  1. Cómo comento yo ahora esto... Algo que me conmueve de tal manera y que, aunque no lo haya experimentado, conozco tan bien la sensación. Da mucho miedo llegar a ese punto en el que sabes que lo has hecho todo y nada parece servir para cambiar. Sé que esto no es mucha ayuda porque intuyo lo difícil que te resulta superar a esa parte caprichosa, pero sientete orgullosa de lo que has conseguido, da las gracias por el compañero que tienes a tu lado y por la vida que llevas. Si conservas todo eso, pero sobre todo te apoyas en ti misma, no te faltará nada para ser la Ángela que quieres. Llevarás muchos años batallando, pero piensa en todo lo que has conseguido.
    Y ahora a ver si yo misma soy capaz de aplicar esos consejos...
    Un beso ;)

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  2. Muchas gracias por tu comentario, de verdad. Están siendo días durillos, estoy cansada y creo que el agotamiento nos conecta con esa parte profunda que duele un poco. Pero, como dices, tengo mucha suerte de tenerle, mi vida es bonita, en este entorno la pena es un poco menos pena jaja. Hay que seguir luchando por superar esas partes de nosotras que no nos gustan tanto, pero seguro que tarde o temprano lo conseguiremos!
    Por cierto, me quedé con muchísimas ganas de conocerte, tenemos que conocernos algún día, de verdad :)
    Un besazo

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  3. Aunque no responda tus respuestas (que lío de palabras jeje) siempre las leo, me meto al día siguiente. Ya sabes, mi manía por no saturarte esto :)
    Pero está tenía que responderla. Me dio pena porque por un día no nos conocimos. Me fui justo el viernes antes de leer tu tuit de quedada. A mí también me gusta mucho Madrid y me encantaría vivir allí. Así que estaré pendiente por si vuelves y hago yo también un viaje express que siempre hay cosas que hacer allí. Me ha hecho mucha ilusión que te acordaras :)
    Un besito y ánimo con todo. ¡Nosotras podemos!

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  4. A veces es tan dificil callar a esas voces de la cabeza que es preferible recibir todos los azotes mas dolorosos del mundo, a estar sola con esas voces invisibles dentro.

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  5. Gracias por tus escritos y por tu valentía al abrirte de esta forma.
    ¡¡¡Me he sentido tan identificada con algo que explicas en este post...!!!
    Tengo muy poca experiencia en la sumisión. Sigo dándole vueltas a la cabeza. Pero, alguna vez, en plena sesión, he sentido de repente que aquello no estaba bien, que no quería hacer eso, estar ahí; me sentía degradada. No era cuestión de que me hubieran forzado a nada, en absoluto. Era lo mismo de siempre, lo que siempre deseo, pero que dejo de entenderlo íntimamente; como si perdiera todo sentido para mí y eso hacía que me sintiera fatal. Además, después de estos "desencuentros", durante un tiempo me alejo del BDSM, se pierde en buena parte mi interés y mi deseo de ser sometida.
    Creo que no se entenderá bien lo que explico si no añado que ese Dominante no es mi amo, en realidad. O no lo es más allá de las sesiones ocasionales que tenemos.
    Gracias, de nuevo, por este blog valiente y tan útil para mí.

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