viernes, 19 de febrero de 2016

Humíllate

¿Cuál es la peor humillación por la que has pasado? La que me ha humillado.


Un día me puso la correa, me dijo que era una perra, fui a cuatro patas desde mi dormitorio en la planta más alta de la casa hasta el jardín. Allí me dijo que hiciera pipí, siempre supe que alguna vez me haría pasar por eso, creo que estamos de acuerdo con que es una de las humillaciones más generalizadas o lógicas: eres una perra, haz lo que hace una perra. Cuando lo imaginaba pensaba que me humillaría profundamente, siempre me he considerado una señorita que no hace ciertas cosas. Pensé que me costaría horrores hacer pis en el jardín. Al principio actué como si así fuese, pero poco me duró ya que por dentro descubrí que no me humillaba, no tenía ningún problema en hacerlo, me parecía incluso divertido… por otro lado me había prohibido hablar, solo podía ladrar, otra de las humillaciones más extendidas y lógicas… Cuando volvimos al dormitorio me hizo una pregunta, me quedé petrificada, totalmente paralizada, no podía ladrar. Estaba de rodillas en el suelo, desnuda, con un collar rodeando mi cuello, había andado como una perra, había hecho pis como tal… pero no podía ladrar. Me sentía ridícula, ese gesto me humillaba, quitaba lo bonito de la escena. Podia ser sensual andando a cuatro patas, podía ser guarra haciendo pis en el suelo, pero ridícula no, no quería sentirme así. Pero es que hay una diferencia entre lo que aparentemente es humillante y lo que realmente nos humilla. Me abofeteó varias veces, solté un “Guau” “¿Eso es un ladrido de perra? Ladra de verdad” lo volví a intentar, cada vez me sentía más ridícula aunque me acercaba a mi ladrido natural… Al final hice un sonido tipo chiguagua, nada bonito ni elegante “Vaya, si resulta que lo que tengo es un caniche” me sentí tonta, estúpida, muy humillada. De eso se trataba.
Cuando te expones a la humillación, sabes que te expones a una sensación desagradable, pero te provoca algo extraño, un cosquilleo en el estómago, una liberación mental. Sientes que no puedes cohibirte más, que la única opción que te queda es enfrentarte a aquello que no te gusta. Cuando me humilla no existen cosas como: “¿Estaré haciendo el ridículo? Uy, yo eso no lo hago que seguro que me da vergüenza…” No hay incertidumbres. Sí, estás haciendo el ridículo, sí estás pasando vergüenza y no te queda otra que hacerlo, que enfrentarte a esa sensación y descubrir que no te mueres por ello, que no se muere de humillación. Sí, humillada me siento libre y completa, viviendo sensaciones que son propias de los humanos, pero que nos resistimos a vivir.
Hay que romper patrones y estereotipos. Si mañana mi Amo me dice: te doy a elegir entre hacer dos cosas, pero tienes que escoger sinceramente la que más te humille. La primera es hacer pis en el jardín como una perra y la otra es imitar a Chiquito de la Calzada. Mi parte de mujer sumisa que ve la belleza de humillarse ante su Amo como una perra, que ha visto cientos de fotos BDSM sobre ello escogería hacer pis en el jardín pero, seamos sinceros, eso no me humillaría tanto como ponerme a hacer el ridículo ante mi Amo, como ponerme a hacer unos gestos que no son propios de mí, que no son ni cuquis ni finos, que no son sexuales ni quedarían bien en una peli bedesemera en blanco y negro. Así que, honestamente, tendría que elegir la segunda opción y probablemente así descubrir que soy demasiado estereotipada, que me da miedo hacer el tonto, que necesito ser más natural y espontánea.



Somos adultos y cada uno sabe bien hasta qué punto quiere vivir las cosas. Yo quiero llegar a las profundidades de cada sentimiento, quiero ver los matices de cada humillación, aprender de lo que encuentro en esas situaciones, liberarme poco a poco de los límites que yo solita me he puesto.

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