miércoles, 10 de enero de 2018

No renaceré, seguiré siendo

Hace unas semanas estaba un poco agobiada, no sabía qué escribir, sobre qué hablar, me sentía de nuevo en ese bloqueo que me viene cada cierto tiempo... Como si tuviese mil historias que quieren salir pero el miedo las atasca. Esta vez abrí la carpeta donde guardo todo lo que escribo. En ella hay mil textos empezados, relatos que en su momento no publiqué, frases, párrafos perdidos etc. Abrí el primero que pillé, no tenía ni idea de lo que era... y allí estaba este texto que me dio la vida, que me emocionó muchísimo, sabía que lo había escrito yo pero no lo percibí así en aquel momento, casi podría decir que lo escribí para leerlo en el futuro, como si fuese dos personas y me hubiese dejado un regalo de cumpleaños preparado... Me parece el cuento perfecto para iniciar el 2018 en el blog, un año en el que quiero avanzar con este proyecto, cambiar al fin esas cosas que llevo mucho queriendo cambiar, una de ellas escribir y publicar sin ningún miedo ¿Lo conseguiré al fin? Esta entrada es un pasito, en su día no la publiqué este porque tuve miedo... Justo hoy me quitan un bulto en el labio con el que llevo varios años, ya me lo extirparon pero me volvió a salir. Os cuento esto porque siempre he creído que mis problemas físicos son reflejo de lo que tengo por dentro. Ese bulto lo tengo desde que empecé a escribir de forma pública, es un bulto que me incomoda cuando me expreso, que creo que miran todos cuando hablo, me hace sentir observada, me recuerda constantemente que lo que digo se escucha con el consecuente miedo a qué pensará el receptor de lo que digo. Hoy me quito ese bulto y voy a trabajar duro para que no vuelva a salir, voy extirparme también el miedo que simboliza.


Renaissance - Paolo Buonvino & Skin

La anciana estaba tumbada en el suelo sobre unas pieles. Medio incorporada miraba el fuego. Aquella noche la tribu estaba callada, no retumbaban los tambores, no sonaban las flautas, nadie cantaba… Todos estaban paralizados mirando a la vieja. Ella miraba el fuego, sabía que esa noche era la noche, todos lo sabían. Era el momento de pasar el testigo, sus vaticinios, sus consejos, sus cánticos ya se habían agotado. Miraba el fuego sin miedo, sin pensar en nada más, solo miraba el fuego hasta que las llamas se transformaron en imágenes, se contorneaban como una mujer, una mujer que entraba lentamente en un lago, desnuda, con su largo y moreno pelo cubriéndole los pechos. La noche hacía que el agua fuese negra, tan solo el reflejo de una enorme luna llena flotaba en la superficie. Y allí se dirigía la mujer, nadando despacio, lento para no mover las aguas y emborronar el reflejo del astro. La vio cerrar los ojos y dejarse flotar con los brazos y piernas extendidos, la sintió unirse con la luz de esa luna, la sintió salirse de su propio cuerpo al igual que hacía la anciana en ese momento, la sintió viajar por los siglos. La sintió cuando se convirtió en una chica menuda, de pelo castaño que cabalgaba sobre las caderas de un hombre, en una cama, una noche de luna llena. También sintió a aquella muchacha, la sintió cuando la sensación de ser un trozo de luz de luna la invadió, la notó sentirse mágica y plena, notó cuando esa chica comprendió que era pura luz de luna, tan grande y potente. Tan poderosa que su misión era darse, notó cómo la chica comprendió lo que estaba dando a aquel hombre, cuando comprendió de qué forma estaban conectados ambos, cuando entendió el equilibrio entre dar y recibir, cuando comprendió su entrega, su sumisión, cuando entendió que para liberar su poder, para llevarlo a su máxima expresión debía darse, debía liberarse de su propio cuerpo, entregárselo a otra persona, a una persona que supiera qué tesoro estaba cuidando, que tuviese mano dura cuando lo humano la presionara, mano dura para quitarle todo aquello que la alejaba de su origen, de su magia. Tenía que dejar que otra persona la llevase, le quitase la carga humana, esa de ser lo que has encarnado ser. La anciana sintió cómo aquella chica lejana en los tiempos se empoderaba con todo el camino ya recorrido, cuando era capaz de comprender quién y qué era. Esa anciana notó cómo aquella chica que cabalgaba sobre las caderas de un hombre en la oscuridad de la noche se sentía con el cabello más oscuro, con las caderas más anchas, cómo no se sentía en una cama sino en un bosque, cómo se percibía con unos ojos más grandes, con una fuerza y carácter distintos, sintió cómo se contorneaba de una forma diferente, cómo la guiaba una fuerza más salvaje… La anciana vio cómo aquella que flotaba en el lago sentía a la muchacha que cabalgaba y cómo flotando en el lago se sintió más vieja, cómo le brotaban de los labios unos cánticos que jamás había oído, cómo escuchaba tambores que no estaban en aquel silencioso bosque, sino en ella.


La anciana salió del trance, volvió a ver solo llamas en la hoguera. Miró a su pueblo: no os apenéis por mí, no me voy, la muerte no es el fin de nada, soy una anciana que muere, pero también soy una mujer que flota, una chica que cabalga... No voy a renacer, solo seguiré siendo. Estoy sobre estas pieles y en mil lugares más. Hay una mujer que flota que escucha tambores, hay una chica que cabalga que desde niña se sintió vieja. Todas somos la misma, no renaceré, solo seguiré siendo…


La sabia anciana cayó sobre las suaves pieles, su cuerpo quedó allí vacío, ese disfraz ya no aguantaba más remiendos.

2 comentarios:

  1. Que pasada! Mientras lo leía me lo estaba imaginando ...me ha encantado Ángela!
    Suerte con el bultito! Un beso!

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  2. Muchas gracias! Me alegro mucho de que te haya llegado así.

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